De forma simplista, podríamos decir para entendernos que los pintores clásicos querían
reflejar la realidad como en un espejo. Los pintores modernos, por el
contrario, son aquellos que quisieron inventarse una realidad nueva, ya fuera
pictórica o simplemente plástica. Es evidente, según esto, que Edward Hopper no
era un pintor moderno, que estuviera en la línea de los que querían inventar esa
realidad, como una nueva realidad cubista, fauvista, abstracta, etc. Sin embargo, Hopper adopta
una postura que es la de aquellos que piensan que el sistema antiguo no está
agotado y deciden llevar adelante su obra al margen de las corrientes
imperantes. Por eso la obra de Hopper no es reaccionaria. No propone una vuelta
atrás hacia la tradición, sino continuar avanzando con una tradición que aún
tiene posibilidades expresivas. En realidad, es más moderno de lo que aparenta.
Su objetivo no es plasmar una belleza que está en las cosas, haciéndolo de la
forma en que la estética clásica proponía que debía reflejarse la realidad. Sus
objetivos estéticos son otros. Por eso no compone las imágenes de sus cuadros según
esa tradición clásica que se inicia en el Renacimiento. No existe un diseño
estético de las formas. Las masas no están equilibradas. Las líneas carecen de
un ritmo. No existe un trazo magistral, que es lo último que permanece de la
estética clásica en las últimas obras de
Picasso o Matisse. Cuando Hopper se asoma a la ventana no contempla los
paisajes dorados al sol del midi francés, como en Monet o Renoir, lo que capta
su atención es la extraña escena que aparece en la ventana del edificio de
enfrente a través de la que contempla cómo un hombre lee el periódico mientras
que una mujer pulsa distraída una tecla del piano. Es la soledad de personas
que viven en Nueva York entre millones de congéneres que no conocen y con los
que no les une ninguna relación. Es la soledad que refleja esa pareja del
cuadro en la que ambos se ignoran, sin mayor dramatismo. Es un expresionismo
frío que refleja el siglo XX desde sus personajes más vulgares: trabajadores de
una oficina, el empleado de una gasolinera, o paisajes como el de una casa en
mitad de la nada por dónde pasa un ferrocarril, cuadro ese en el que lo más
representativo es la vía que ocupa la parte inferior del mismo, no la casa,
supuestamente hermosa, (realmente vulgar), que aparece detrás. Porque no
importa el equilibrio de una composición clásica, del mismo modo que no importa
la iluminación de un paisaje, a menudo en sombra, en un cierto contraluz o con
una iluminación lateral sin intención estética. Parecen fotos, pero fotos
malas, en cuanto que no se ha considerado el ángulo en que se ilumina el
paisaje, pues así es como se ven las cosas, como las vemos todos en nuestra
vida cotidiana. Las cosas no se nos presentan como en un cuadro de Miguel
Ángel. Si los impresionistas trabajaban la luz a “plein soleil”, Hopper nos
muestra la luz eléctrica de los fluorescentes en las oficinas. Es por tanto un
trabajo realista, pero tan radicalmente realista como el de los barrocos españoles,
como el de Velázquez. Hopper es Velázquez en Nueva York y en Massachusetts. Su
realismo es tan intenso que es casi sobre-realista (surrealista). Personalmente
me recuerda a de Chirico, en lo que se ha dado en llamar (creo que un poco
pedantemente) su pintura metafísica, aunque su maestro es el Degas de esos
espacios modernos donde figuras dispuestas sin una composición deliberada son iluminadas por la luz
eléctrica. Comparte con Degas el gusto por el teatro, al que se suma la danza en el caso del francés y el cine en el del americano.
Yo si pudiera no me perdería la exposición
de Hopper en el Museo Thyssen de Madrid.
2 comentarios:
La casa, según reportaje de la tv, es la que copia Alfred Hitchcock en la famosa Psicosis.
comentario excelente sobre Hopper. Todavía no he visto la exposición pero cre que me va a gustar.
Publicar un comentario