El diálogo forma parte de nuestra tradición cultural más antigua. Ya sabemos que Sócrates utilizaba el diálogo con sus vecinos para filosofar. Nos lo cuenta Platón en sus diálogos socráticos, ya que el maestro nunca llegó a escribir ninguno de sus pensamientos. Sócrates dialogaba en el ágora con sus vecinos porque eran sus iguales, eran hombres libres. En la Grecia clásica había una democracia y todos los hombres eran libres e iguales. “Todos los hombres” excluía a las mujeres y a los esclavos, que hacían los trabajos más bajos que los hombres libres no querían hacer. Pero para lo que aquí interesa, nos quedamos con que el diálogo era una forma de razonamiento que usaban los hombres libres.
Posteriormente Hegel propondrá el método dialéctico (dialéctico = relativo al diálogo) para progresar en el conocimiento de las cosas. “…En la tradición hegeliana, proceso de transformación en el que dos opuestos, tesis y antítesis, se resuelven en una forma superior o síntesis,…” (R.A.E.).
¿Qué pasa hoy día cuando discutimos con alguien que niega el diálogo porque no necesita debatir contigo y no te permite contestar a sus incontestables razones?
Lo que pasa son dos cosas:
- Que esa persona sabe las respuestas y sabe también que tú estás equivocado y lo único que quiere es hacerte saber la verdad que él conoce y tu ignoras.
- Que esa persona está en una situación superior a la tuya, por el motivo que sea, y por tanto no existe un diálogo entre iguales.
También hay otra cosa que sabía Sócrates cuando decía: “sólo sé que no sé nada”. Que la respuesta a la mayoría de las cuestiones es algo que no está al alcance de nadie y que sólo en el debate podemos acercarnos a la verdad.
Claro que, el debate nunca es un monólogo.
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