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viernes, 26 de febrero de 2010

El piso de la avenida Krämavägen.





Estábamos en casa cuando empezamos a oír un extraño ruido encima de la terraza. Las gotas de lluvia golpeaban sobre la barandilla. Enseguida nos levantamos y fuimos hacia la ventana. Entraba el invierno y por fin llovía un poco. Ese otoño no pudimos ir a buscar setas porque el campo estaba totalmente seco y hubiera sido imposible encontrar alguna. Las noticias sobre los pantanos eran muy preocupantes, de seguir así las cosas, para el verano ya no habría agua embalsada suficiente y tendríamos que sufrir restricciones. Ya sabíamos lo que era eso y nos daba pavor la perspectiva. Nos quedamos un rato en la ventana viendo caer el agua, aunque en rigor aquello era más chispear que llover. Al día siguiente volvió a suceder. Cayeron unas gotas al anochecer y, tal vez, alguna otra durante la noche pues al levantarnos la calle estaba ligeramente mojada. Al tercer día la lluvia llegó de verdad, un frente nuboso del Atlántico que había entrado por Galicia a esa hora barría ya todo el país de oeste a este. Era lluvia de verdad. Aquella semana nadie se quejó de los inconvenientes propios del tiempo, era tan necesario que todos comprendíamos que, por muchas molestias que pudiera acarrear, el hecho de que lloviera era una bendición tan grande que estábamos dispuestos a soportarlas. La segunda semana se inició con chubascos de tan poca intensidad que empezábamos a quejarnos de lo poco que iban a influir estas lluvias en el campo y en los embalses. No fue hasta la tercera semana que la persistencia de los suaves chubascos hizo que se notaran sus efectos sobre el entorno: algunos arroyos corrían discretamente, el aire parecía más limpio, había menos polvo en suspensión, y unos pequeños brotes reverdecían los campos. Al final de la tercera semana la borrasca principal había pasado y la lluvia quedó en unos chubascos aislados de poca intensidad. Llegó la navidad y seguía lloviendo, normalmente de forma moderada, pero el hecho de pasar esos días con el paraguas en la mano creaba una extraña sensación: nunca habíamos visto llover tanto en esas fiestas. El año empezó igual, pero la segunda semana de enero la cosa cambió, porque las lluvias empezaron a ser cada vez más intensas. Se empezaban a ver campos encharcados y las noticias sobre los embalses daban cuenta del incremento que empezaba a ser evidente en el agua acumulada. Solo dejó de llover para nevar y luego volvió a llover de nuevo. A finales de enero el campo estaba totalmente encharcado y todos los arroyos corrían alegremente llevando abundante agua hacia los ríos. A primeros de febrero llegaron los primeros problemas porque algunos campos no soportaban ya tanta agua y empezaban a almacenarla en charcas que nunca antes habían estado allí. Ibas caminando por el campo y te encontrabas con una laguna donde no se había visto jamás. La semana siguiente la gente empezaba a estar realmente harta de agua, pero no fue hasta finales de febrero que las consecuencias de tanta lluvia empezaron a tomar tintes dramáticos: llovía sobre mojado. Era tanta el agua caída que los ríos empezaron a desbordarse. Pero lo peor fue que uno de esos frentes, uno que entraba por el oeste pero con una componente sur-norte muy fuerte, ocasionó la caída de cantidades de agua tan inmensas y repentinas que crearon graves problemas de inundaciones, corrimientos de tierra, aludes de nieve y daños producidos por los fuertes vientos que acompañaron el temporal de lluvias. Durante todo el mes de febrero la preocupación había ido en aumento. En lugar de remitir, los temporales eran cada vez más agresivos y se contabilizaban víctimas por toda la Europa mediterránea. Para complicar más las cosas, los responsables de los embalses y de las cuencas de los ríos, que habían estado recibiendo las aguas como una bendición del Cielo, empezaron a preocuparse por las consecuencias que podrían tener unas lluvias tan importantes sin la posibilidad de regulación que habían venido ofreciendo las numerosas presas que salpicaban el discurrir de los principales ríos, de modo que empezaron a soltar agua de todos los embalses. Varias ciudades empezaron a tener problemas de inundaciones y las autoridades no daban abasto a evacuar a tanta población. En Marzo se produjeron grandes tragedias en distintos países de la zona. En España, en Portugal, Italia, Croacia, sur de Francia. Luego fue Grecia Rumanía y Albania. Para entonces toda Europa miraba hacia los meteorólogos preguntándoles si las lluvias pararían pronto, pero todos los observatorios nacionales coincidían en que las previsiones eran siempre más lluvias en lo que se podía predecir, es decir en la semana siguiente. En Abril los gobiernos de la Unión Europea se habían reunido en Irlanda, (bien protegidos del frente que en ese momento volvía a barrer el Mediterráneo un día sí y otro también), y habían prometido ayudas a los damnificados, pero no se dijo nada sobre las razones de lo que estaba pasando ni sobre si había alguna posibilidad de que dejara de llover. Mientras tanto, los campos del sur de Europa estaban sometidos a una erosión tal que se temía que se desertizaran de continuar así durante más tiempo al perder la capa de materia orgánica que enriquecía sus suelos desde tiempos inmemoriales.

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Crucé la calle con precaución porque el hielo cubría las aceras y sólo la calzada había sido cubierta de sal para que los trasportes pudieran pasar. Desde que se prohibieron los vehículos privados las calles estaban más despejadas pero los autobuses y tranvías pasaban continuamente llevando a la gente a sus trabajos o de vuelta a casa. La niebla dificultaba la visibilidad y había que tener mucho cuidado, pues con sus motores eléctricos, los transportes no se hacían oír. Era un pequeño inconveniente, pero en general, las ciudades eran más habitables ahora. Al cruzar la avenida Krämavägen divisé a Marta. Nos saludamos y volvimos juntos a casa. En el camino me dijo: “¿sabes qué día es hoy?”. De inmediato hice un barrido mental: su cumpleaños, nuestro aniversario de boda, el cumpleaños de nuestros hijos. “No lo sé”, le contesté al cabo de unos segundos. “Hoy hace un año que empezó a llover en España”, me dijo. Parecía como si hubiera pasado una década. No éramos los mismos que en diciembre de 2009. En silencio aceleramos el paso. Subimos la escalera y al entrar en casa fuimos directamente a la sala de estar para encender el televisor. El locutor hacía un resumen de todos los efectos que habían tenido las llamadas lluvias permanentes en el área mediterránea, mientras las imágenes mostraban paisajes de Italia, de Portugal o España en los que se podían ver campos anegados y despoblados de toda vegetación, (salvo algunos árboles dispersos), en los que el barro se había adueñado de todo. Cadáveres de animales destacaban aún sobre el paisaje marrón. Las frases más significativas se las iba traduciendo a Marta, porque ella aún no dominaba bien el finés, mientras que a mi, el conocimiento previo del alemán, me había ayudado a la hora de entender esta extraña lengua. La televisión finlandesa empezó a emitir entonces imágenes de las ciudades afectadas. Como quiera que el campo se había vuelto inhabitable para todo ser vivo, las ciudades aparecían tomadas por todo tipo de animales salvajes y domésticos. Vimos la plaza de la Signoria de Florencia con las garcillas revoloteando sobre los lomos de las vacas y otras ciudades conocidas. Hasta que nos sobrecogimos al ver la Alhambra de Granada. En la filmación, hecha desde un helicóptero, se veía llena de rebaños de cabras que rameaban los setos de arrayanes mientras que algunos buitres hacían su trabajo con los animales que iban quedando muertos, pues el alimento escaseaba en la ciudad y ya no había suficiente para sostener a tanto ser vivo como allí se había alojado. Luego el locutor hizo un breve resumen del Plan de Evacuación de Poblaciones de la Unión Europea con entrevistas a algunos de los refugiados que, como nosotros, habían sido llevados a Finlandia, así como de los barrios de realojo que se habían construido en las afueras de todas las ciudades del norte de Europa. Algunos de los entrevistados también eran españoles.

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