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martes, 9 de febrero de 2010

Biblioteca: Anatomía de un instante. Javier Cercas.

El suplemento cultural de El País, Babelia, decía a finales del año pasado que el libro de Javier Cercas Anatomía de un instante, (Mondadori, 2009), era el mejor libro de ese año. Decir que un libro es mejor que otro es un intento vano de poner a competir cosas que no compiten.

A parte de eso, el libro es altamente recomendable. No he leído lo que se ha escrito con anterioridad sobre el golpe de estado del 23-F, así que no sé hasta qué punto aporta nuevas claves, nuevos datos y si sus análisis son fruto de su investigación o pertenecen a la corriente principal que mantienen los historiadores actuales sobre el tema.

Lo que sí se puede decir es que el libro está muy bien escrito, cosa que, a estas alturas, no es ninguna sorpresa. Lo que fue una sorpresa fue encontrarnos con aquella novela, Soldados de Salamina, y con sus artículos en El País. Después de eso, se espera uno cualquier cosa viniendo de Javier Cercas.

Cercas es un escritor próximo que deja una gran sensación de sinceridad cuando se lee. Seguramente es sincero en lo que dice, pero lo importante es cómo lo sabe decir, la forma en que trasmite su mensaje. Es un mensaje convincente, porque se esfuerza en ser claro y no en demostrarnos lo bien que escribe, lo que es muy de agradecer.

Ha consultado durante tres años toda la documentación existente sobre el 23-F pero, aún así, se para a interrogarse sobre una imagen detenida del video del asalto, aquel que grabaron las cámaras de TVE y que se vio en días posteriores. Hace una indagación rigurosa de los hechos, de los datos, de las fuentes que maneja, pero también se pregunta por los gestos. En los gestos muchas veces está la clave de la realidad porque la mayoría de nosotros no somos tan buenos actores como para controlar nuestros gestos y éstos delatan nuestras intenciones de forma más espontanea que nuestras declaraciones. A partir de ahí se interroga por Suárez, el general Gutierrez Mellado y el diputado Santiago Carrillo, los que se quedaron de pie cuando empezó el tiroteo en el Congreso.

Después monta todo esto de una manera magistral. El montaje de la novela es como el de esas obras maestras del cine donde todo está equilibrado, donde no falta de nada. La información, los datos, las anécdotas, los gestos reveladores, las opiniones, las impresiones, las dudas, las certezas y al final de todo su propia revelación sentimental cuando habla de su padre, recién fallecido cuando termina el libro, que era un suarista porque, dice, Suarez era uno como nosotros.

No sé si es deliberado, pero el libro en realidad no trata sobre el 23-F. El libro trata más bien sobre Adolfo Suárez. No sólo porque fue el motivo inmediato que propició el golpe, sino porque su figura llena toda la transición. Suarez es él sólo la transición, y cuando ésta se acaba, su permanencia en el poder se convierte en un gran fracaso, tan grande que nadie le apoya ya cuando Tejero irrumpe en el Congreso como un émulo barato del general Pavía. En estas contradicciones y en las muchas que arrastraba el político es donde Cercas asienta el interés por el personaje.

Tal vez, de las conclusiones del libro la que más llama la atención es la participación del Rey y de los políticos, en especial del PSOE pero también de Convergencia, en lo que él llama la placenta del golpe, es decir, no su participación en la trama, pero sí en las intrigas previas que llegaron a considerar posibilidades extra-constitucionales para quitarse de encima a Suárez, intrigas que incluían situar al general Armada al frente de un Gobierno de Unidad Nacional. Afirma que el Rey cometió errores al escuchar estas propuestas y animar las intrigas, aunque la situación en aquella fecha fuera crítica por muchos factores, pero niega la participación de la Monarquía ni de los partidos en una asonada que fue obra exclusiva de los golpistas y de los manejos interesados del general Armada que jugó la baza de la Monarquía, (había sido secretario del Rey), y la baza de los golpistas hasta que los hechos destaparon su juego aquella noche de febrero.

El Rey fue quien paró el golpe, aunque de forma anti-constitucional, pues lo hizo arrogándose una autoridad de mando sobre el Ejército que legalmente ya no tenía, pero eso es lo de menos.

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