Cuando éramos la séptima potencia
mundial y generábamos cierto nivel de empleo, (nada parecido al pleno empleo,
desde luego), pero construíamos miles de kilómetros de vías de “alta velocidad”
y autovías, cuando todo el mundo se hacía rico especulando con el negocio
inmobiliario: unos muy ricos y otros sólo para comprarse un buen coche a
crédito; en aquel entonces en el que muchos pensaban que éramos los más chulos
del mundo (y parte del extranjero), aún existían, (aún existen), sitios como la
Calle Isla de Java de Madrid, (distrito de Fuencarral). Se trata de una calle
que alberga un pequeño polígono industrial, pero en el que las naves
industriales están entreveradas con una serie de descampados, ya que paralelo a
esa vía urbana discurre el ferrocarril de Burgos, el AVE a Valladolid y el
Canal de Isabel II que suministra de agua a la ciudad. Por la razón que sea,
tal vez por estar esos suelos en reserva para las infraestructuras ferroviarias
y de suministro de agua, no se han podido incluir como zonas de especulación
urbanística como las que le rodean: Montecarmelo, Tres Olivos, Las Tablas, El
Encinar de los Reyes y la Moraleja. En consecuencia, estas zonas, han sido
abandonadas. Pues aunque estas áreas colindantes han sufrido un enorme
desarrollo urbanístico, aunque las cuatro torres que se construyeron al
recalificarle al mi, (a la sazón), querido equipo de fútbol unos terrenos
deportivos que se convirtieron en los solares de mayor edificabilidad de toda
España, constituyendo el mayor negocio inmobiliario de este país dedicado al
negocio inmobiliario, por el arte de birlibirloque de un alcalde y el empresario
inmobiliario presidente del club, a pesar de todos estos pesares, (que ya pesan),
aún existen estos descampados que uno recuerda como la seña de identidad de la
miseria urbana del Madrid de toda la vida, (porca miseria). Son como los
descampados que Carlos Saura montó
magistralmente en su versión cinematográfica de “El amor brujo”, con la
fotografía magnífica del desaparecido Teo Escamilla y el decorado de Gerardo
Vera, que deberían de ver todos los modernos ”neocón” que no saben lo que es un
puto descampado donde los gitanos han sentado sus reales construyendo unas
chabolas de chapas y bloques de hormigón. No importa que ahora los gitanos sean
rumanos: los descampados siguen ahí. Pero siguen ahí porque un ayuntamiento
neoconservador que es el más endeudado de este país insolvente, no ha invertido
ni un duro en hacer un pequeño parque urbano, una urbanización mínima que
permita el uso de este suelo por los niños y los jubilados del barrio. Porque
no han resuelto el problema de expropiar las tres casas que quedan ahí. Esas tres
casas dónde los que las habitan han pintado en la fachada: casa habitada.
Esperando que este mensaje aplaque un poco las ansias de apedrear las ventanas
que los niños que no van mucho al colegio sienten ante un descampado donde han
quedado tres casas que parecen abandonadas, aunque sabemos que no lo están por
la pintada que pide misericordia. Me da igual que los niños que apedrean las
ventanas sean de aquí o hayan venido de allí traídos por sus padres que han
venido a este Madrid de toda la vida para hacer los trabajos más duros y
penosos. Lo que me importa es que frente a la orgullosa planta de las cuatro
torres, frente a los diseños High Tech de Norman Foster, de Cesar Pelli y sus
émulos españoles, la misma miseria sucia de Madrid sigue existiendo para negar
las ínfulas de grandeza de la capital. Allí está ese coche desvencijado, un
golf rojo que está siendo devorado por las rapaces, como esas osamentas de vaca
que dejan los buitres a medio devorar. Esos Mercedes y todoterrenos viejos que
aparcan los dueños de esas casas a su puerta. Hay árboles, hay postes de
teléfonos, se ven traseras de los edificios próximos, pero todo es absurdo. Es
el absurdo de un Madrid que no llegó nunca a entrar en la modernidad de la que
ahora va a salir expulsado por los acreedores. No parece una ciudad europea
parece un suburbio americano de una decadente ciudad industrial abandonada por
los inversores.
De Madrid al cielo.
De Madrid al cielo.
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