Entre tanto reaccionario uno a veces piensa si no será un peligroso izquierdista, un rojo irredento. Bueno, resulta que el Financial Times piensa más o menos como yo sobre las cuestiones de la patria hispana. Claro que para eso son enemigos de la patria.
Hoy mencionan los periódicos una información del periódico londinense sobre la campaña española, pero buscando en los archivos (virtuales) me encuentro con un artículo del 23 de agosto, esos rellenos periodísticos del verano titulado: Exorcizar los demonios de la España franquista, que merece una rápida traducción para los miles de lectores de este blog.
Exorcise the demons of Francoist Spain.
David Gardner.
Last updated: August 23 2007 19:22
Visitado el 3 de marzo de 2008
Hay imágenes que dicen más que cien palabras. Como una imagen ampliamente reproducida esta verano en España: José Luis Rodríguez Zapatero, el primer ministro socialista, haciendo todo lo posible para estrechar la mano de Mariano Rajoy, líder de la oposición desde el Partido Popular, a la entrada del palacio gubernamental de La Moncloa. El Sr. Rajoy mira como pensando que no va a ser capaz de llegar al primer ministro; mira la mano extendida de Zapatero mientras se toca el reloj en su mano izquierda (o quizás se esté contando los dedos). Desde luego, según señalan los diarios, el apretón de manos se produjo.
Pero la sola duda de realizar un simple acto de educación (Piénsese en Yitzhak Rabin y Yassir Arafat en el porche de la Casa Blanca), es un acertada instantánea del lamentable descenso en la incivilidad de la vida pública española: marcada por la falta de moderación partidista que hace imposible cualquier punto de vista común sobre los intereses nacionales.
La cumbre entre los dos dirigentes fue otro fallido intento de alcanzar un acuerdo para luchar contra ETA, el miserable patio trasero del separatismo vasco que acaba de anunciar el fin de la tregua. Esta es una cuestión de estado que el PP bajo la dirección del Sr. Rajoy (y la de su predecesor, José María Aznar, el anterior jefe de gobierno), ha manipulado frecuentemente por razones partidistas.
Tanto la retórica como el fundamento de esta polarización va más allá de la baja política relativa al enfrentamiento partidista, para revivir el idioma visceral de “las dos Españas” de la guerra civil de 1936-1939.
Esta no es la forma de preparar algo como un conflicto armado. Es simplemente que los traumas de la conflagración fratricida están aún tristemente presentes, sin haber sido solucionados por la sobrevalorada transición de la dictadura franquista a las primeras elecciones democráticas hace 30 años.
Para empezar, esta falta de sutileza política es simplemente un tema de mala fe, malos perdedores y mala sangre.
En marzo del 2004, después del horror del estallido de las bombas en los trenes de Madrid que mataron a 191 personas, los españoles expulsaron sumariamente a un gobierno del PP que esperaba la reelección y una imperceptible transición entre el Sr. Aznar y el Sr. Rajoy. El PP lleva gritando su basura desde entonces, en un estridente y confuso intento de impugnar la legitimidad del gobierno (y presumiblemente también del electorado).
La única conspiración que tuvo lugar fue la atrocidad perpetrada por los jihadistas, principalmente magrebís, islamistas radicales influidos por al-Qaeda.
Los ciudadanos españoles no se estremecieron al confrontar con el hiper-terrorismo. Por el contrario: respondieron con un despliegue ejemplar de convicción democrática. Primero, más de 10 millones de personas llenaron las calles para repudiar a los asesinos. Después, se fueron en igual número a votar.
Normalmente, los ciudadanos se vuelven hacia sus gobernantes en momentos de una gran tensión social. La mayoría de los españoles no lo hicieron porque estaban indignados por lo que vieron como una manipulación de la tragedia por el Sr. Aznar y sus ayudantes, que insistían en que ETA era el culpable después de que pareciera irrefutable la autoría de los jihadistas. Parece ser que el Sr. Aznar necesitaba revalidar sus tácticas duras; en las previas elecciones la retórica inflamada del gobierno puso en contra a gran parte de los vascos pero supuso un aumento de votos en el resto de España.
El asunto debería haber acabado entonces. Los españoles sin duda juzgaron esta petulancia política como similar a las manzanas podridas de los socialistas cuando perdieron en 1996. En esa época, los socialistas se engañaron ellos mismos creyéndose víctimas de una conspiración de la prensa derechista, más que de la insolvencia política en estado de corrupción moral después de 14 años en el poder.
Pero como demuestra el juicio a los asesinos que sobrevivieron, esto no ha terminado. Los varones del PP no solo siguen manteniendo que los terroristas vascos tuvieron parte en los asesinatos sino que incluso tratan de introducir vagas evidencias para probarlo. Aquí hay una visión del mundo diferente.
Bajo el mandato de Zapatero, los socialistas han estado dispuestos a negociar la transferencia de mayores poderes a los gobiernos locales, como los catalanes, que piden las transferencias fiscales que los vascos ya disfrutan. España es más fuerte de lo que el aumento del federalismo asimétrico pudiera hacer pensar, pero esto se debe hacer con equidad. Por ejemplo, la solidaridad fiscal entre regiones ricas y pobres que hace que la nación se mantenga unida. El PP enarbola estas cuestiones, pero lo hace jugando con fuego: sacando los espectros del franquismo y de la guerra referentes a la ruptura de España.
Cuando el general José Mena Aguado, comandante de la armada española, el año pasado insinuó veladas amenazas de intervención si los catalanes conseguían más poder del que tenían, fue fulminado. Pero el PP pareció pensar que tenía un punto de partida, especialmente
haciendo referencia a los debates de 1932 sobre la autonomía catalana. Esto es reaccionario, en el más estricto sentido, y muy peligroso.
También resulta muy reveladora la hostilidad del PP a dos leyes conflictivas: la de “la memoria histórica” y la de la educación para la ciudadanía.
La primera quiere poner fin a la amnesia convenida en la transición post-franquista, según la cual los crímenes de la guerra civil y sus secuelas más vengativas debían ser olvidadas (y sus evidencias destruidas). Esto negaba un entierro decente a los miles de republicanos represaliados, cuyos restos están siendo excavados a lo largo de todo el país; alrededor de 500 fosas comunes se han encontrado solo en Andalucía. El PP está furioso, y tiene el apoyo de la Iglesia. Ellos prefieren la memoria selectiva.
Así, los obispos españoles pretenden la beatificación por el Vaticano este octubre de 498 “mártires” asesinados por republicanos anti-clericales en el periodo 1931-1939, que se añadirían de forma provocativa a los 233 mártires franquistas beatificados en 2001.
En el segundo litigio, la jerarquía ultramontana española sostiene que la educación para la ciudadanía “colonizará las mentes de los jóvenes”, especialmente al proponer la tolerancia hacia la homosexualidad. Muchos obispos anhelan un regreso a los tiempos de Franco, cuando el concordato con el Vaticano, (que haría llorar de envidia a los ayatollahs), daba a la Iglesia la facultad de crear y controlar las escuelas. También hizo del catolicismo la única religión y puso a los clérigos por encima de la ley.
La moderna sociedad española ha hecho meritos para algo mejor que la nostalgia por el nacional-catolicismo. Aunque el Sr. Zapatero ha actuado para llevar las leyes hacia la tolerancia de tal sociedad, España podría también hacerlo moderando el ala militante y jacobina del partido socialista. Los españoles que han afrontado sus emergencias democráticas con valentía y entusiasmo, imaginación y orgullo cívico, se merecen algo más de sus líderes.
Necesitan una derecha moderna, que vea España como un esfuerzo común, y no la lucha de todo cuanto sea posible para impedir el progreso de la ilustración.
Hoy mencionan los periódicos una información del periódico londinense sobre la campaña española, pero buscando en los archivos (virtuales) me encuentro con un artículo del 23 de agosto, esos rellenos periodísticos del verano titulado: Exorcizar los demonios de la España franquista, que merece una rápida traducción para los miles de lectores de este blog.
Exorcise the demons of Francoist Spain.
David Gardner.
Last updated: August 23 2007 19:22
Visitado el 3 de marzo de 2008
Hay imágenes que dicen más que cien palabras. Como una imagen ampliamente reproducida esta verano en España: José Luis Rodríguez Zapatero, el primer ministro socialista, haciendo todo lo posible para estrechar la mano de Mariano Rajoy, líder de la oposición desde el Partido Popular, a la entrada del palacio gubernamental de La Moncloa. El Sr. Rajoy mira como pensando que no va a ser capaz de llegar al primer ministro; mira la mano extendida de Zapatero mientras se toca el reloj en su mano izquierda (o quizás se esté contando los dedos). Desde luego, según señalan los diarios, el apretón de manos se produjo.
Pero la sola duda de realizar un simple acto de educación (Piénsese en Yitzhak Rabin y Yassir Arafat en el porche de la Casa Blanca), es un acertada instantánea del lamentable descenso en la incivilidad de la vida pública española: marcada por la falta de moderación partidista que hace imposible cualquier punto de vista común sobre los intereses nacionales.
La cumbre entre los dos dirigentes fue otro fallido intento de alcanzar un acuerdo para luchar contra ETA, el miserable patio trasero del separatismo vasco que acaba de anunciar el fin de la tregua. Esta es una cuestión de estado que el PP bajo la dirección del Sr. Rajoy (y la de su predecesor, José María Aznar, el anterior jefe de gobierno), ha manipulado frecuentemente por razones partidistas.
Tanto la retórica como el fundamento de esta polarización va más allá de la baja política relativa al enfrentamiento partidista, para revivir el idioma visceral de “las dos Españas” de la guerra civil de 1936-1939.
Esta no es la forma de preparar algo como un conflicto armado. Es simplemente que los traumas de la conflagración fratricida están aún tristemente presentes, sin haber sido solucionados por la sobrevalorada transición de la dictadura franquista a las primeras elecciones democráticas hace 30 años.
Para empezar, esta falta de sutileza política es simplemente un tema de mala fe, malos perdedores y mala sangre.
En marzo del 2004, después del horror del estallido de las bombas en los trenes de Madrid que mataron a 191 personas, los españoles expulsaron sumariamente a un gobierno del PP que esperaba la reelección y una imperceptible transición entre el Sr. Aznar y el Sr. Rajoy. El PP lleva gritando su basura desde entonces, en un estridente y confuso intento de impugnar la legitimidad del gobierno (y presumiblemente también del electorado).
La única conspiración que tuvo lugar fue la atrocidad perpetrada por los jihadistas, principalmente magrebís, islamistas radicales influidos por al-Qaeda.
Los ciudadanos españoles no se estremecieron al confrontar con el hiper-terrorismo. Por el contrario: respondieron con un despliegue ejemplar de convicción democrática. Primero, más de 10 millones de personas llenaron las calles para repudiar a los asesinos. Después, se fueron en igual número a votar.
Normalmente, los ciudadanos se vuelven hacia sus gobernantes en momentos de una gran tensión social. La mayoría de los españoles no lo hicieron porque estaban indignados por lo que vieron como una manipulación de la tragedia por el Sr. Aznar y sus ayudantes, que insistían en que ETA era el culpable después de que pareciera irrefutable la autoría de los jihadistas. Parece ser que el Sr. Aznar necesitaba revalidar sus tácticas duras; en las previas elecciones la retórica inflamada del gobierno puso en contra a gran parte de los vascos pero supuso un aumento de votos en el resto de España.
El asunto debería haber acabado entonces. Los españoles sin duda juzgaron esta petulancia política como similar a las manzanas podridas de los socialistas cuando perdieron en 1996. En esa época, los socialistas se engañaron ellos mismos creyéndose víctimas de una conspiración de la prensa derechista, más que de la insolvencia política en estado de corrupción moral después de 14 años en el poder.
Pero como demuestra el juicio a los asesinos que sobrevivieron, esto no ha terminado. Los varones del PP no solo siguen manteniendo que los terroristas vascos tuvieron parte en los asesinatos sino que incluso tratan de introducir vagas evidencias para probarlo. Aquí hay una visión del mundo diferente.
Bajo el mandato de Zapatero, los socialistas han estado dispuestos a negociar la transferencia de mayores poderes a los gobiernos locales, como los catalanes, que piden las transferencias fiscales que los vascos ya disfrutan. España es más fuerte de lo que el aumento del federalismo asimétrico pudiera hacer pensar, pero esto se debe hacer con equidad. Por ejemplo, la solidaridad fiscal entre regiones ricas y pobres que hace que la nación se mantenga unida. El PP enarbola estas cuestiones, pero lo hace jugando con fuego: sacando los espectros del franquismo y de la guerra referentes a la ruptura de España.
Cuando el general José Mena Aguado, comandante de la armada española, el año pasado insinuó veladas amenazas de intervención si los catalanes conseguían más poder del que tenían, fue fulminado. Pero el PP pareció pensar que tenía un punto de partida, especialmente
haciendo referencia a los debates de 1932 sobre la autonomía catalana. Esto es reaccionario, en el más estricto sentido, y muy peligroso.
También resulta muy reveladora la hostilidad del PP a dos leyes conflictivas: la de “la memoria histórica” y la de la educación para la ciudadanía.
La primera quiere poner fin a la amnesia convenida en la transición post-franquista, según la cual los crímenes de la guerra civil y sus secuelas más vengativas debían ser olvidadas (y sus evidencias destruidas). Esto negaba un entierro decente a los miles de republicanos represaliados, cuyos restos están siendo excavados a lo largo de todo el país; alrededor de 500 fosas comunes se han encontrado solo en Andalucía. El PP está furioso, y tiene el apoyo de la Iglesia. Ellos prefieren la memoria selectiva.
Así, los obispos españoles pretenden la beatificación por el Vaticano este octubre de 498 “mártires” asesinados por republicanos anti-clericales en el periodo 1931-1939, que se añadirían de forma provocativa a los 233 mártires franquistas beatificados en 2001.
En el segundo litigio, la jerarquía ultramontana española sostiene que la educación para la ciudadanía “colonizará las mentes de los jóvenes”, especialmente al proponer la tolerancia hacia la homosexualidad. Muchos obispos anhelan un regreso a los tiempos de Franco, cuando el concordato con el Vaticano, (que haría llorar de envidia a los ayatollahs), daba a la Iglesia la facultad de crear y controlar las escuelas. También hizo del catolicismo la única religión y puso a los clérigos por encima de la ley.
La moderna sociedad española ha hecho meritos para algo mejor que la nostalgia por el nacional-catolicismo. Aunque el Sr. Zapatero ha actuado para llevar las leyes hacia la tolerancia de tal sociedad, España podría también hacerlo moderando el ala militante y jacobina del partido socialista. Los españoles que han afrontado sus emergencias democráticas con valentía y entusiasmo, imaginación y orgullo cívico, se merecen algo más de sus líderes.
Necesitan una derecha moderna, que vea España como un esfuerzo común, y no la lucha de todo cuanto sea posible para impedir el progreso de la ilustración.
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