Apareció por casa mi amigo Lorenzo. Hacía dos años que no le veía, pero a pesar de eso, se presenta como si nos hubiéramos visto la tarde anterior, saludando con una gran sonrisa y abanicándose con dos billetes de avión que traía en su mano derecha. Entró hasta el salón mientras yo iba a por unas cervezas. Eran unos billetes para Kinshasa, me explicó cuando volví con los botellines. En Kinshasa había que esperar un par de días hasta coger otro vuelo que iba a Kamuzu en Malawi. Mi amigo Lorenzo es biólogo y está muy introducido en el mundillo universitario de los ornitólogos. Parece ser que se había creado un grupo de trabajo en Londres para anillar aves en el lago Malawi y mi amigo había sido elegido en este selecto grupo internacional. Como quiera que los gastos de sus desplazamientos estaban previstos para dos personas, puesto que muchos de los egregios biólogos que componen la expedición viajaban con sus cónyuges, fui invitado como pareja de hecho intelectual de mi amigo Lorenzo. Para mí la ornitología es una afición, no tiene nada de académico. Tengo un cierto conocimiento de las aves que pueden ser avistadas en España, en realidad soy un birdwatcher, palabra que en España no tiene traducción por una razón evidente: no lo necesita, porque por estos lares no hay nadie que dedique su tiempo de ocio a tan vano entretenimiento. Había trabajado con Lorenzo en varias ocasiones, en la laguna de Gallocanta, en el delta del Ebro y otros enclaves patrios en los que realizaba sus estudios, viajes que yo aprovechaba para realizar mis observaciones y grabar el canto de las aves. Pero lo que ahora me proponía era otra cosa. La cara de disgusto con que nos despidió mi mujer en Barajas no era suficiente para ocultar su auténtico regocijo al verse liberada durante unas semanas del vínculo conyugal.
jueves, 20 de marzo de 2008
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