15 DE SEPTIEMBRE.
El lunes decidimos realizar la aplazada visita a Baux
en Provence esperando hacerlo de forma más tranquila, pero fue inutil: había
tanta gente como el sábado. En Francia hay algunas ciudades (o ciudadelas) que
son algo así como ciudades-museo. Sucede en el famoso Mont Saint Michael,
sucede en Carcasonne y en muchas otras. Se presentan ante el turista como una
ciudad viva (vivida), pero en realidad su único fin es ese: servir al mercado
del turismo como una oferta comercial de consumo. Paseas por la ciudad-museo
como si estuvieras en una auténtica ciudad, como si los comercios existentes en
planta baja fueran la antesala de las viviendas que habrían de ubicarse en las
plantas superiores, pero a poco que uno se fije, se percatará de que en las
plantas superiores no hay nada, no tienen ningún uso. Están vacías y sólo están
restauradas las fachadas y la cubierta.
A pesar de lo dicho, es hermoso visitar estos
vestigios amortajados del pasado. Lo primero que sorprende de Baux es el
paisaje magnífico de la campiña que se extiende a los pies de la ciudad:
viñedos, olivares, las marcas verticales de algunos cipreses, se mezclan con
zonas de monte bajo, frutales y algunos cultivos. Toda esta campiña, nos informan,
está protegida por la normativa local que impide que se realicen construcciones
o que se coloquen en ella elementos industriales que transformen la visión idílica
del terreno. La ciudadela, a pesar de estar cuajada de comercios para los
turistas, es hermosa, pero se impone visitar el castillo que se sitúa en lo
alto del promontorio sobre el que se apoya. El castillo es una curiosa
convinación de construcciones grandiosas y salas excavadas en la propia roca del
promontorio. No obstante, se ha perdido gran parte del mismo, suponemos que por
alguna guerra o por el abandono sufrido durante años. Por la tarde visitamos el
museo dedicado Yves Brayer, un pintor local bastante interesante, especialmente
en sus incios en los años de las vanguardias de entreguerras. Después se hizo más
convencional, seguramente asegurándose un binestar que le permitiera vivir de
su oficio. Además se podía ver una colección de esculturas de animales que al
pintor le gustaban mucho y que fue adquiriendo a un grupo numeroso de
escultores. Cuando se abandona Baux subiendo por las montañas bajas de los
Alpilles y se divisa el pueblo desde la lejanía, las construcciones y los
roquedos se confunden, como si el pueblo y su castillo hubieran surgido de la
propia montaña.
De vuelta, hacemos una parada en el pueblo donde nos
alojamos, Saint-Rémy de Provence. Primeros visitamos las ruínas que existen a
las afueras, en el Sitio Arqueológico de Glanum, donde se sitúa el origen
romano de la localidad. Entre los restos allí existentes destacan un mausoleo de
los Julios y un Arco del Triunfo.
Después, ya en el pueblo, damos una vuelta por la
parte antigua hasta que buscamos descanso en la terraza de una cervecería, una
típica cervecería francesa con toda la fachada del local abierta al exterior.
Al ir hacia el coche empieza a llover. Lo hará toda la tarde de forma
tempestuosa.
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