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martes, 20 de noviembre de 2012

Historia de un fracaso.


Al final de los años sesenta cantaba Serrat estos versos que siguen estando tan de moda:

Escapad gente tierna
que esta tierra está enferma,
y no esperéis mañana
lo que no se os dio ayer,
que no hay nada que hacer.
Toma tu mula, tu hembra y tu arreo,
sigue el camino del pueblo hebreo
y busca otra luna.
Tal vez mañana sonría la fortuna.
Y si te toca llorar
es mejor frente al mar.

Si yo pudiera unirme
a un vuelo de palomas
y atravesando lomas
dejar mi pueblo atrás,
Os juro por lo que fui
que me iría de aquí...
Pero los muertos están en cautiverio
y no nos dejan salir del cementerio.

(de “Pueblo Blanco”, Joan Manuel Serrat)

Andan preguntándose ahora los socialistas qué tienen que hacer para recuperar el aprecio de la gente. Yo no me preocuparía mucho por eso, lo que tienen que hacer es ser socialistas, o al menos, socialdemócratas. Nada más. A mí me parece que el problema está en lo que no tienen que hacer y eso es fácil de saberlo porque ya lo han hecho.

¿Qué he hecho yo para merecer todo esto?

Este país ha llegado a una crisis total que es económica, pero también política, social y cultural. Durante mucho tiempo no quisimos ver que habíamos cogido el camino equivocado hasta que la realidad nos ha estallado en las manos. El problema es que el proyecto de país que supone España es un proyecto fallido. Lo ha sido siempre, pero ahora ya se ha puesto de manifiesto, después de años engañando y engañándonos.
Lo que sigue no es ningún análisis científico o riguroso de la historia reciente, es una simple opinión personal que se basa en la información recibida de la prensa diaria durante todos estos años y de las conclusiones a partir de los hechos conocidos que uno, a título personal, ha elaborado.

La transición

En la transición política los socialistas se encontraban ausentes del panorama de la izquierda porque apenas habían estado en la clandestinidad en la fase terminal del franquismo, no habían dirigido la contestación estudiantil, ni las huelgas de los trabajadores, ni se había enfrentado a diario a la represión franquista. Cuando un día Suarez, con el apoyo del Rey, convoca unas elecciones generales, queda claro que, a pesar de que las gana el partido de centro derecha convocante, el PSOE se va a constituir en la fuerza política con más peso entre el electorado de izquierdas. Se trata de un PSOE que había dejado atrás su tradición republicana y que había derrotado al partido del exilio. No es extraño el dominio de la opción socialista entre el electorado de izquierdas, porque la gente, en general, no añoraba hacia el final de los años setenta un régimen comunista como los que se habían conocido en Europa, cuyo declive era ya más que evidente, así que la alternativa moderada entonces socialista y pronto socialdemócrata triunfó sin ambages. Según fue madurando la sociedad española y se fue quitándo de encima el miedo a la caverna franquista, el apoyo al PSOE fue creciendo, llegando en poco tiempo a ganar elecciones y alcanzar el poder tanto a nivel local, primero, como a nivel nacional después, hasta ganar en 1982 las elecciones generales y nombrar Felipe González el primer gobierno socialista desde la guerra civil.  
Esto creó una situación un tanto peculiar. Un partido sin una base importante asumía un poder enorme, de manera que cualquiera que se apuntara a éste como militante podía conseguir un buen cargo, sin mayores problemas. Aún hoy el número de militantes del partido apenas supera el de cargos posibles a cubrir. En los años de la república, por el contrario, cuando el sindicato de la CNT llegó a tener dos millones de afiliados, tanto la propia UGT como el PSOE llegaron a contar también con un gran número de ellos. Así surgieron en la transición dos tipos extremos de socialistas que llegaron a ser muy conocidos. Uno, provenía de la UGT y estaba formado por trabajadores con muy poca formación sindical y menos aún política que pensaban que ser socialista consistía en vestir chanclas y pantalones cortos aún en los plenos municipales. Eran los “descamisados” que Alfonso Guerra defendía con fervor, mientras su hermano se hacía rico. El otro estaba formado por un gran número de antiguos alumnos de los jesuitas y los maristas, (la mayoría de ellos del colegio de El Pilar de Madrid, de donde provienen muchos miembros de las elites nacionales), que habían recibido una buena formación universitaria pero que se dejaban llevar ya por entonces por el repliegue neoconservador que se iniciaba como una reacción a los alegres años sesenta del mayo parisino y demás. Capitaneados por Felipe González, contaban con militantes como Miguel Boyer o los hermanos Solana que acabarían siendo: uno, Javier, dirigente europeo del mayor nivel; el otro, Luis, uno de los mayores liberales españoles, en realidad un hombre bien relacionado con los EE.UU. y con sus empresas, miembro de la Trilateral fundada por Rockefeller, que dirigió la telefónica, participó en temas de compra de armamento a los americanos y acabó convertido en un personaje más a la derecha que el “tea party” de los republicanos yanquis. La participación de los Solana fue clave en relacionar al PSOE con el poder económico americano y, como consecuencia de ello, promover la entrada de España en la OTAN. Eso no tenía por qué haber acabado así, no era inevitable: Suecia, Finlandia, Irlanda y Austria entraron en la Unión Europea sin haber pedido el ingreso en la Alianza Atlántica. Pero aún más significativo que el vuelco atlantista del partido lo fue la forma en que se plegó toda su política a los poderes reales de la economía.
Cuando González empieza a gobernar se producen algunos cambios significativos en la sociedad española. En aquellos días lo que más preocupaba, a poco del asalto al congreso por Tejero y sus colaboradores, era la forma en que se podría integrar a los militares en el proyecto político de la democracia. En ese terreno hubo cambios positivos importantes y es de justicia reconocer que nuestro ingreso en la OTAN tuvo mucho que ver con esos logros. Sin embargo hubo algunas cosas que crearon mucha desilusión entre los electores, o como se decía entonces mucho desencanto. Factores que influyeron en esa visión negativa fueron varios: sometimiento a los mandatos de la Iglesia en todo lo referente a su patrimonio y sostenimiento, así como a sus normas morales, sometimiento al mundo financiero que tomó las riendas de la economía nacional, mantenimiento del status quo urbanístico, aceptando, con pequeñas modificaciones, la legislación franquista que regulaba el sector, siendo éste fuente de enriquecimiento rápido y generador de grandes corrupciones. La corrupción política merece un comentario aparte pues se produjo a nivel del partido, (caso Flick), de algunos de sus dirigentes (Luis Roldán) o sus familias (Juan Guerra) y de algunos empresarios depredadores que hicieron de ésta su fuente de enriquecimiento rápido (Jesús Gil). Otro factor que generó mucha frustración fue el estricto control que el partido, astutamente dirigido por Alfonso Guerra, realizó sobre toda la sociedad en general y sobre los sectores más dinámicos de la misma, como el mundo de la cultura, en particular. Era aquella frase infame atribuida al vicesecretario general de que “quien se mueve no sale en la foto”, auténtico canto a favor del control férreo de la sociedad y que terminaría encarnado, con las formas más zafias de corrupción, en la figura de su hermano quien quiso construir una carretera que cruzara el Coto de Doñana para dar un salto cualitativo en la especulación turística de la playa andaluza. Era un tiempo en el que este personaje se reunía con los alcaldes en una oficina que le habían puesto en la Junta de Andalucía, a pesar de que no tenía ningún cargo en la misma, sólo por ser el “hermanísimo” de Alfonso Guerra, (quien, por cierto, según creo recordar tampoco tenía ningún cargo en la Junta, sino en el gobierno central).  
De todos los poderes que controlaban el país el “omnípotente” Guerra sólo controlaba la Administración pública en la que se permitía una cierta corrupción impune, se conformaba con ello mientras que sobrevolando sus cabezas los verdaderamente poderosos dirigían el país en la dirección de sus intereses. El más evitable de todos estos fue el poder económico que alimentó la especulación urbanística. El acceso mayoritario de los españoles a una vivienda en propiedad fue algo promovido por el franquismo, pues como dijo José Luis Arrese, su primer Ministro de la Vivienda, quería “propietarios en lugar de proletarios”. En efecto, cuando somos propietarios, por pequeñas que sean nuestras propiedades, adoptamos una actitud mucho más conservadora que si nuestra única posesión es nuestra fuerza de trabajo. Parece ser que este ministro franquista había leído a Marx. Es una hipótesis que el PSOE considerase también que era preferible tener a la gente sujeta a una hipoteca, pero más bien pienso que lo único que hicieron, una vez más, fue plegarse a los intereses de grupos más poderosos. La oportunidad perdida con el primer gobierno socialista de Felipe González de crear un estado moderno fue dejar pasar la ocasión de hacer una auténtica reforma de la Ley del Suelo que acabara con la especulación. Visto desde la perspectiva que da el tiempo hay que reconocer que este hecho ha traído tal cantidad de males a nuestro país que podemos afirmar que dibujó los contornos más oscuros de nuestra realidad económica, política, social y cultural. El expolio de la costa, el desarrollo insostenible de grandes ciudades con graves deterioros medioambientales, los numerosos casos de corrupción crecidos a la sombra de la especulación y, finalmente, la explosión de la enorme burbuja inmobiliaria que se está llevando por delante el futuro de varias generaciones, son un precio demasiado caro si pensamos que la izquierda gobernante podía haberlo evitado. Que durante los cuatro primeros años de gobierno socialista no se cambiara la Ley del Suelo y se transformara el sistema de especulación urbanística en un sistema de control público, acabando con los enormes negocios puramente especulativos que eso generaba, se debe a muchas razones pero una de ellas es que el partido encontró en este terreno una forma de financiación ilegal que de paso hizo ricos a algunos concejales y alcaldes del partido, así como a altos cargos del mismo. Cuando el dirigente de Izquierda Socialista Pablo Castellanos denunció la corresponsabilidad de Txiqui Benegas con los negocios urbanísticos ilegales del popular Abel Matutes, acabó siendo expulsado del partido y, si bien es cierto que Benegas pasó a un cierto retiro activo dentro de las filas socialistas, no tuvo que padecer la bajada a los infiernos que ha sufrido Castellanos dando tumbos por las cadenas del TDT-Party donde le dejan hablar a cambio de que ponga verdes a sus antiguos correligionarios. Tampoco se llevó a cabo la vieja reivindicación socialdemócrata de nacionalizar la banca. Como ésta había dado al partido más dinero del que éste podía devolver, le concedió el perdón de la deuda a cambio de que los socialistas no tocaran el sistema bancario y se olvidaran de su reforma. Por cierto, esta estrategia luego la extendieron a la totalidad del país hasta llegar a la situación en la que ahora estamos: arruinados y obligados a rescatar las deudas de los bancos con el dinero público que antaño se dedicaba al estado del bienestar.
La modélica transición, consistió en una continuidad con el régimen anterior manteniendo intactas las estructuras económicas con la contrapartida de que los poderes fácticos permitieran el juego de intercambios políticos básicamente bipartidista, aceptando una monarquía que poca gente apoyaba, aceptando una integración atlántica en una estructura militar cuando aún pervivía la guerra fría que nadie quería, ni en la izquierda ni en la derecha. Aceptando, en fin, que todo cambiara para que todo siguiera igual.

Europa.

Pero si la transición política fue tan incompleta como decepcionante, a partir de entonces los errores cometidos en una segunda fase, la de la ascensión de España a los cielos de la Unión Europea, forman parte ya del esperpento nacional que, según se ve, no podemos quitarnos de encima por mucho que pase el tiempo y por mucho que cambien algunas cosas. No parecía que esa España que empezaba a gozar de la aceleración de los BMW, que vestía trajes caros y que se elevaba por encima de las miserias de este mundo, gozando incluso del subidón de la cocaína, fuera parte aún del mundo tragicómico de Valle Inclán. Pero ese fue nuestro error: pensar que se podía cambiar ética por estética. Después del ingreso de España en el privilegiado club de los países europeos de pleno derecho, se empieza a considerar en la segunda mitad de los años ochenta, la posibilidad de crecer económicamente y poder modernizar España por primera vez en nuestra historia. Se reciben cantidades ingentes de dinero desde los Fondos Estructurales y deCohesión de la Unión Europea, complementados con fondos para investigación, desarrollo e innovación (I+D+I), Fondos Europeos para el Desarrollo y otros. Esta inyección de dinero permite a los países receptores crecer económicamente al calor de los mismos. Sin embargo, la forma en que se produzca ese crecimiento dependerá exclusivamente de estos países receptores, que son quienes deben asumir las decisiones adecuadas para llevar a buen término los programas económicos concretos. ¿Qué hace España con esta inyección económica proveniente de los países ricos del centro y norte de Europa? En primer lugar, considerar que esos fondos son una subvención continua que vamos a seguir recibiendo eternamente,  que vamos a caminar en la bicicleta empujados por la mano firme de los alemanes, (como Estado más significativo del grupo de los donantes), y que no hace falta matarse a dar pedales. En segundo lugar, hay que plantearse cuál va a ser nuestro modelo productivo, dónde vamos a invertir y a qué sectores vamos dirigir nuestros esfuerzos. A eso no hay respuesta. Por el contrario, los demás países europeos aprovechan las oportunidades de inversión que España presenta y el capital privado suplementa las partidas de dinero público con sus propias inversiones. Los alemanes invierten en las fábricas de coches SEAT, que fueron del Estado y que son absorbidas por el grupo Volkswagen. Los italianos se hacen con el negocio del aceite y otros productos agrícolas cuya explotación les permite adquirir las plusvalías de la agricultura, que al estar subvencionada, aún permite vivir a nuestros agricultores sin tener que embarcarse en aventuras empresariales. Los franceses se quedan con el grueso del comercio al crear las grandes superficies que acabarán con muchos pequeños comerciantes, llenando las ciudades y pueblos principales de centros Continente, Pryca, (luego ambos Carrefour), Alcampo, Mosqueteros y otros. Telefónica pierde su monopolio a manos de compañías francesas, alemanas o inglesas. Lo mismo sucede con Campsa y con la banca. A partir de ahí la economía nacional se centrará en lo de siempre, las pequeñas empresas de servicios, “el ladrillo” y la especulación urbanística, en buena parte ligada al turismo; todo ello aderezado con grandes dosis de corrupción que suponen una sangría de caudales públicos que van a parar a manos privadas, beneficiándose de subvenciones, inmerecidos privilegios, etc. dando lugar a lo que se llamó la cultura del pelotazo.  
Por su parte el Estado se dedicó casi en exclusiva a la única tarea de promover las infraestructuras, como fuente de desarrollos futuros, panacea de todos nuestros males. En ese terreno se gastaron cantidades inmensas de recursos tanto nacionales como europeos. Las infraestructuras en España no se diseñaban en respuesta a unas  necesidades, sino según las ambiciones de crecimiento que se pensaban colmar con el solo hecho de hacer autopistas, aeropuertos y AVEs.
Los bancos han tenido a su merced a los gobiernos de España porque los partidos han ganado las elecciones con campañas pagadas con cargo a los créditos de la banca, créditos que en gran parte le han sido condonados por las prebendas que el sistema bancario recibe de los gobiernos. De tal forma que cuando el sistema se vino abajo, el gobierno, (entonces de R. Zapatero), no quiso tomar medidas para frenar la ruina de algunas entidades y aguzó la crisis hasta llegar a la situación actual de Bankia, a sabiendas de que ahora la teníamos que salvar entre todos. De la misma manera, las industrias energéticas, tanto eléctricas como petrolíferas, las de telefonía y otras similares han gozado de todos los privilegios y de los precios más elevados de Europa. Esto no sólo ha ido en contra de los consumidores, sino de la productividad de las demás empresas, que se enfrentan a unos costes de producción mucho más elevados que en el resto de Europa. Tal vez sea esa una de las razones del poco desarrollo industrial de este país. La mejora de la productividad no cosiste esencialmente en bajar los sueldos a los trabajadores. Hay muchas formas de mejorarla bajando costes como los mencionados y de forma especial, invirtiendo en mejorar la educación, la investigación, el famoso I+D+I. No creo que los países pobres del tercer mundo sea el ejemplo a seguir, como quieren los representantes patronales del empresariado. Los países que han mejorado más son los que más han invertido en educación y en investigación. El eterno fracaso de la formación profesional española es un hecho intolerable. Se quiso meter a toda la juventud en la universidad para ocultar las cifras del paro y eso ha sido un fracaso: este país no tiene capacidad para dar trabajo a tanto universitario. La universidad española ha sido otro derroche.
La mayor parte de lo que se ha hecho en España se puede resumir en lo dicho hasta aquí, pero, ¿qué se podía haber hecho?

Lo que se hizo y lo que se pudo haber hecho.

Se podían haber hecho muchas cosas y, de hecho, se hicieron algunas, como veremos. El problema es que pocas llegaron a tener importancia en los mercados internacionales porque todo nuestro ahorro y todas nuestras energías se dirigieron a que unos pocos se hicieran ricos con “el ladrillo” y los demás a vivir de ello. El caso de Marbella es paradigmático de aquella fiebre y aún sigue coleando en los juzgados. No era muy diferente de cómo Torrente, (Santiago Segura), nos lo presenta en sus películas. Turismo y especulación urbanística convirtieron la costa española, en especial la mediterránea, en un área residencial para todos los ciudadanos europeos, pero había otro turismo y otra forma de edificar que no se propiciaron adecuadamente. Además de sol y playa, España tiene muchas posibilidades de explotar un turismo de calidad por varias razones. Por el patrimonio histórico de sus ciudades, por su patrimonio artístico, por haber conservado zonas de naturaleza aún virgen capaces de actuar como reclamo de un turismo moderado pero con potencialidades indiscutibles. Este tipo de turismo se beneficia de la restauración de las ciudades y sus edificios, así como de la conservación de la naturaleza. De todo esto se ha hecho mucho, pero es más lo que se podía haber hecho y no se culminó.
El campo ha vivido de las subvenciones pero tiene aún potencialidades importantes para su desarrollo en especialidades como el vino y los productos de calidad. ¿Cuánto queda aún por promocionar en productos como el jamón ibérico? En la transición se empezó a desarrollar una política de cooperativas agrícolas que luego fueron superadas por las multinacionales alemanas, holandesas y francesas que son las que establecieron los cultivos de invernadero en Almería y otros como la fresa de Huelva. España ha destacado en las industrias con un componente creativo. Ejemplos de ello son el cine de Almodóvar, la cocina de Ferrán Adriá y otros famosos cocineros, gran número de arquitectos, músicos, artistas y empresas de moda como Adolfo Domínguez primero y el conglomerado Zara después. Aún han quedado áreas de actividad como el Software y los productos tecnológicos donde estoy seguro que se podían haber hecho muchas cosas en este país, pero para eso hubiera hecho falta empresarios industriosos (e industriales) que hubieran financiado la producción y fuertes inversiones en investigación.
A pesar de todas las críticas recibidas, el gobierno de Rodríguez Zapatero tuvo el mérito de facilitar el desarrollo de industrias relativas a las energías renovables, lo que motivó que España se convirtiera pronto en una potencia mundial en este terreno. Las posibilidades de mercado en este área son enormes pero, al paso que vamos, se perderán todas en el pozo sin fondo de la crisis y de la falta de crédito actual. En industrias de alta tecnología, que son en las que mejor puede competir Europa, España, si bien nunca ha destacado en la industria de precisión, ha participado siempre en las de aeronáutica e incluso en la espacial y en menor medida en la industria farmacéutica y química.

¿Y ahora qué?

Es cierto que el PSOE no ha gobernado durante todos estos años, sino que en el gobierno de España se ha alternado con periodos del P.P. Pero no es menos cierto que de los populares nadie esperaba otra cosa. Es por eso que nadie les ha pedido cuentas, a pesar de sus casos de corrupción, de su malísima gestión de la crisis, etc.; mientras que el PSOE se hunde en las encuestas y en cada una de las elecciones que han seguido al aciago día en que Rodríguez Zapatero anunció súbitamente sus medidas de recorte para cuadrar las cuentas públicas a consecuencia de la crisis económica que hasta ese mismo día había negado. Desde entonces sus votantes no hacen sino descender en número creciente y últimamente a niveles alarmantes. 
Personalmente creo que lo único que tienen que hacer es ser socialistas, o al menos socialdemócratas. No es tanto pedir.

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