Al
final de los años sesenta cantaba Serrat estos versos que siguen estando tan de
moda:
Escapad gente tierna
que esta tierra está enferma,
y no esperéis mañana
lo que no se os dio ayer,
que no hay nada que hacer.
Toma tu mula, tu hembra y tu arreo,
sigue el camino del pueblo hebreo
y busca otra luna.
Tal vez mañana sonría la fortuna.
Y si te toca llorar
es mejor frente al mar.
Si yo pudiera unirme
a un vuelo de palomas
y atravesando lomas
dejar mi pueblo atrás,
Os juro por lo que fui
que me iría de aquí...
Pero los muertos están en cautiverio
y no nos dejan salir del cementerio.
(de
“Pueblo Blanco”, Joan Manuel Serrat)
Andan
preguntándose ahora los socialistas qué tienen que hacer para recuperar el
aprecio de la gente. Yo no me preocuparía mucho por eso, lo que tienen que
hacer es ser socialistas, o al menos, socialdemócratas. Nada más. A mí me
parece que el problema está en lo que no tienen que hacer y eso es fácil de
saberlo porque ya lo han hecho.
¿Qué he hecho yo para
merecer todo esto?
Este
país ha llegado a una crisis total que es económica, pero también política,
social y cultural. Durante mucho tiempo no quisimos ver que habíamos cogido el
camino equivocado hasta que la realidad nos ha estallado en las manos. El
problema es que el proyecto de país que supone España es un proyecto fallido.
Lo ha sido siempre, pero ahora ya se ha puesto de manifiesto, después de años
engañando y engañándonos.
Lo
que sigue no es ningún análisis científico o riguroso de la historia reciente,
es una simple opinión personal que se basa en la información recibida de la
prensa diaria durante todos estos años y de las conclusiones a partir de los
hechos conocidos que uno, a título personal, ha elaborado.
La transición
En
la transición política los socialistas se encontraban ausentes del panorama de la
izquierda porque apenas habían estado en la clandestinidad en la fase terminal
del franquismo, no habían dirigido la contestación estudiantil, ni las huelgas
de los trabajadores, ni se había enfrentado a diario a la represión franquista.
Cuando un día Suarez, con el apoyo del Rey, convoca unas elecciones generales,
queda claro que, a pesar de que las gana el partido de centro derecha
convocante, el PSOE se va a constituir en la fuerza política con más peso entre
el electorado de izquierdas. Se trata de un PSOE que había dejado atrás su
tradición republicana y que había derrotado al partido del exilio. No es
extraño el dominio de la opción socialista entre el electorado de izquierdas,
porque la gente, en general, no añoraba hacia el final de los años setenta un
régimen comunista como los que se habían conocido en Europa, cuyo declive era
ya más que evidente, así que la alternativa moderada entonces socialista y
pronto socialdemócrata triunfó sin ambages. Según fue madurando la sociedad
española y se fue quitándo de encima el miedo a la caverna franquista, el apoyo
al PSOE fue creciendo, llegando en poco tiempo a ganar elecciones y alcanzar el
poder tanto a nivel local, primero, como a nivel nacional después, hasta ganar
en 1982 las elecciones generales y nombrar Felipe González el primer gobierno
socialista desde la guerra civil.
Esto
creó una situación un tanto peculiar. Un partido sin una base importante asumía
un poder enorme, de manera que cualquiera que se apuntara a éste como militante
podía conseguir un buen cargo, sin mayores problemas. Aún hoy el número de
militantes del partido apenas supera el de cargos posibles a cubrir. En los
años de la república, por el contrario, cuando el sindicato de la CNT llegó a
tener dos millones de afiliados, tanto la propia UGT como el PSOE llegaron a
contar también con un gran número de ellos. Así surgieron en la transición dos
tipos extremos de socialistas que llegaron a ser muy conocidos. Uno, provenía
de la UGT y estaba formado por trabajadores con muy poca formación sindical y
menos aún política que pensaban que ser socialista consistía en vestir chanclas
y pantalones cortos aún en los plenos municipales. Eran los “descamisados” que
Alfonso Guerra defendía con fervor, mientras su hermano se hacía rico. El otro
estaba formado por un gran número de antiguos alumnos de los jesuitas y los
maristas, (la mayoría de ellos del colegio de El Pilar de Madrid, de donde
provienen muchos miembros de las elites nacionales), que habían recibido una
buena formación universitaria pero que se dejaban llevar ya por entonces por el repliegue neoconservador que se iniciaba como una reacción a los
alegres años sesenta del mayo parisino y demás. Capitaneados por Felipe
González, contaban con militantes como Miguel Boyer o los hermanos Solana que
acabarían siendo: uno, Javier, dirigente europeo del mayor nivel; el otro,
Luis, uno de los mayores liberales españoles, en realidad un hombre bien
relacionado con los EE.UU. y con sus empresas, miembro de la Trilateral fundada
por Rockefeller, que dirigió la telefónica, participó en temas de compra de
armamento a los americanos y acabó convertido en un personaje más a la derecha
que el “tea party” de los republicanos yanquis. La participación de los Solana
fue clave en relacionar al PSOE con el poder económico americano y, como
consecuencia de ello, promover la entrada de España en la OTAN. Eso no tenía
por qué haber acabado así, no era inevitable: Suecia, Finlandia, Irlanda y Austria
entraron en la Unión Europea sin haber pedido el ingreso en la Alianza
Atlántica. Pero aún más significativo que el vuelco atlantista del partido lo
fue la forma en que se plegó toda su política a los poderes reales de la
economía.
Cuando
González empieza a gobernar se producen algunos cambios significativos en la
sociedad española. En aquellos días lo que más preocupaba, a poco del asalto al
congreso por Tejero y sus colaboradores, era la forma en que se podría integrar
a los militares en el proyecto político de la democracia. En ese terreno hubo
cambios positivos importantes y es de justicia reconocer que nuestro ingreso en
la OTAN tuvo mucho que ver con esos logros. Sin embargo hubo algunas cosas que
crearon mucha desilusión entre los electores, o como se decía entonces mucho
desencanto. Factores que influyeron en esa visión negativa fueron varios:
sometimiento a los mandatos de la Iglesia en todo lo referente a su patrimonio
y sostenimiento, así como a sus normas morales, sometimiento al mundo financiero
que tomó las riendas de la economía nacional, mantenimiento del status quo
urbanístico, aceptando, con pequeñas modificaciones, la legislación franquista
que regulaba el sector, siendo éste fuente de enriquecimiento rápido y
generador de grandes corrupciones. La corrupción política merece un comentario
aparte pues se produjo a nivel del partido, (caso Flick), de algunos de sus
dirigentes (Luis Roldán) o sus familias (Juan Guerra) y de algunos empresarios
depredadores que hicieron de ésta su fuente de enriquecimiento rápido (Jesús
Gil). Otro factor que generó mucha frustración fue el estricto control que el
partido, astutamente dirigido por Alfonso Guerra, realizó sobre toda la
sociedad en general y sobre los sectores más dinámicos de la misma, como el
mundo de la cultura, en particular. Era aquella frase infame atribuida al
vicesecretario general de que “quien se mueve no sale en la foto”, auténtico
canto a favor del control férreo de la sociedad y que terminaría encarnado, con
las formas más zafias de corrupción, en la figura de su hermano quien quiso
construir una carretera que cruzara el Coto de Doñana para dar un salto
cualitativo en la especulación turística de la playa andaluza. Era un tiempo en
el que este personaje se reunía con los alcaldes en una oficina que le habían
puesto en la Junta de Andalucía, a pesar de que no tenía ningún cargo en la
misma, sólo por ser el “hermanísimo” de Alfonso Guerra, (quien, por cierto,
según creo recordar tampoco tenía ningún cargo en la Junta, sino en el gobierno
central).
De
todos los poderes que controlaban el país el “omnípotente” Guerra sólo
controlaba la Administración pública en la que se permitía una cierta
corrupción impune, se conformaba con ello mientras que sobrevolando sus cabezas
los verdaderamente poderosos dirigían el país en la dirección de sus intereses.
El más evitable de todos estos fue el poder económico que alimentó la
especulación urbanística. El acceso mayoritario de los españoles a una vivienda
en propiedad fue algo promovido por el franquismo, pues como dijo José Luis
Arrese, su primer Ministro de la Vivienda, quería “propietarios en lugar de
proletarios”. En efecto, cuando somos propietarios, por pequeñas que sean
nuestras propiedades, adoptamos una actitud mucho más conservadora que si nuestra
única posesión es nuestra fuerza de trabajo. Parece ser que este ministro
franquista había leído a Marx. Es una hipótesis que el PSOE considerase también
que era preferible tener a la gente sujeta a una hipoteca, pero más bien pienso
que lo único que hicieron, una vez más, fue plegarse a los intereses de grupos
más poderosos. La oportunidad perdida con el primer gobierno socialista de
Felipe González de crear un estado moderno fue dejar pasar la ocasión de hacer
una auténtica reforma de la Ley del Suelo que acabara con la especulación.
Visto desde la perspectiva que da el tiempo hay que reconocer que este hecho ha
traído tal cantidad de males a nuestro país que podemos afirmar que dibujó los
contornos más oscuros de nuestra realidad económica, política, social y
cultural. El expolio de la costa, el desarrollo insostenible de grandes
ciudades con graves deterioros medioambientales, los numerosos casos de
corrupción crecidos a la sombra de la especulación y, finalmente, la explosión
de la enorme burbuja inmobiliaria que se está llevando por delante el futuro de
varias generaciones, son un precio demasiado caro si pensamos que la izquierda
gobernante podía haberlo evitado. Que durante los cuatro primeros años de
gobierno socialista no se cambiara la Ley del Suelo y se transformara el
sistema de especulación urbanística en un sistema de control público, acabando
con los enormes negocios puramente especulativos que eso generaba, se debe a
muchas razones pero una de ellas es que el partido encontró en este terreno una
forma de financiación ilegal que de paso hizo ricos a algunos concejales y
alcaldes del partido, así como a altos cargos del mismo. Cuando el dirigente de
Izquierda Socialista Pablo Castellanos denunció la corresponsabilidad de Txiqui
Benegas con los negocios urbanísticos ilegales del popular Abel Matutes, acabó
siendo expulsado del partido y, si bien es cierto que Benegas pasó a un cierto
retiro activo dentro de las filas socialistas, no tuvo que padecer la bajada a
los infiernos que ha sufrido Castellanos dando tumbos por las cadenas del
TDT-Party donde le dejan hablar a cambio de que ponga verdes a sus antiguos
correligionarios. Tampoco se llevó a cabo la vieja reivindicación
socialdemócrata de nacionalizar la banca. Como ésta había dado al partido más
dinero del que éste podía devolver, le concedió el perdón de la deuda a cambio
de que los socialistas no tocaran el sistema bancario y se olvidaran de su
reforma. Por cierto, esta estrategia luego la extendieron a la totalidad del
país hasta llegar a la situación en la que ahora estamos: arruinados y
obligados a rescatar las deudas de los bancos con el dinero público que antaño
se dedicaba al estado del bienestar.
La
modélica transición, consistió en una continuidad con el régimen anterior
manteniendo intactas las estructuras económicas con la contrapartida de que los
poderes fácticos permitieran el juego de intercambios políticos básicamente
bipartidista, aceptando una monarquía que poca gente apoyaba, aceptando una
integración atlántica en una estructura militar cuando aún pervivía la guerra
fría que nadie quería, ni en la izquierda ni en la derecha. Aceptando, en fin,
que todo cambiara para que todo siguiera igual.
Europa.
Pero
si la transición política fue tan incompleta como decepcionante, a partir de entonces
los errores cometidos en una segunda fase, la de la ascensión de España a los
cielos de la Unión Europea, forman parte ya del esperpento nacional que, según
se ve, no podemos quitarnos de encima por mucho que pase el tiempo y por mucho
que cambien algunas cosas. No parecía que esa España que empezaba a gozar de la
aceleración de los BMW, que vestía trajes caros y que se elevaba por encima de
las miserias de este mundo, gozando incluso del subidón de la cocaína, fuera
parte aún del mundo tragicómico de Valle Inclán. Pero ese fue nuestro error:
pensar que se podía cambiar ética por estética. Después del ingreso de España
en el privilegiado club de los países europeos de pleno derecho, se empieza a
considerar en la segunda mitad de los años ochenta, la posibilidad de crecer
económicamente y poder modernizar España por primera vez en nuestra historia.
Se reciben cantidades ingentes de dinero desde los Fondos Estructurales y deCohesión de la Unión Europea, complementados con fondos para investigación,
desarrollo e innovación (I+D+I), Fondos Europeos para el Desarrollo y otros. Esta
inyección de dinero permite a los países receptores crecer económicamente al
calor de los mismos. Sin embargo, la forma en que se produzca ese crecimiento
dependerá exclusivamente de estos países receptores, que son quienes deben
asumir las decisiones adecuadas para llevar a buen término los programas
económicos concretos. ¿Qué hace España con esta inyección económica proveniente
de los países ricos del centro y norte de Europa? En primer lugar, considerar
que esos fondos son una subvención continua que vamos a seguir recibiendo
eternamente, que vamos a caminar en la
bicicleta empujados por la mano firme de los alemanes, (como Estado más
significativo del grupo de los donantes), y que no hace falta matarse a dar
pedales. En segundo lugar, hay que plantearse cuál va a ser nuestro modelo
productivo, dónde vamos a invertir y a qué sectores vamos dirigir nuestros
esfuerzos. A eso no hay respuesta. Por el contrario, los demás países europeos
aprovechan las oportunidades de inversión que España presenta y el capital
privado suplementa las partidas de dinero público con sus propias inversiones.
Los alemanes invierten en las fábricas de coches SEAT, que fueron del Estado y
que son absorbidas por el grupo Volkswagen. Los italianos se hacen con el
negocio del aceite y otros productos agrícolas cuya explotación les permite
adquirir las plusvalías de la agricultura, que al estar subvencionada, aún
permite vivir a nuestros agricultores sin tener que embarcarse en aventuras
empresariales. Los franceses se quedan con el grueso del comercio al crear las
grandes superficies que acabarán con muchos pequeños comerciantes, llenando las
ciudades y pueblos principales de centros Continente, Pryca, (luego ambos
Carrefour), Alcampo, Mosqueteros y otros. Telefónica pierde su monopolio a
manos de compañías francesas, alemanas o inglesas. Lo mismo sucede con Campsa y
con la banca. A partir de ahí la economía nacional se centrará en lo de
siempre, las pequeñas empresas de servicios, “el ladrillo” y la especulación
urbanística, en buena parte ligada al turismo; todo ello aderezado con grandes
dosis de corrupción que suponen una sangría de caudales públicos que van a
parar a manos privadas, beneficiándose de subvenciones, inmerecidos
privilegios, etc. dando lugar a lo que se llamó la cultura del pelotazo.
Por
su parte el Estado se dedicó casi en exclusiva a la única tarea de promover las
infraestructuras, como fuente de desarrollos futuros, panacea de todos nuestros
males. En ese terreno se gastaron cantidades inmensas de recursos tanto
nacionales como europeos. Las infraestructuras en España no se diseñaban en
respuesta a unas necesidades, sino según
las ambiciones de crecimiento que se pensaban colmar con el solo hecho de hacer
autopistas, aeropuertos y AVEs.
Los
bancos han tenido a su merced a los gobiernos de España porque los partidos han
ganado las elecciones con campañas pagadas con cargo a los créditos de la
banca, créditos que en gran parte le han sido condonados por las prebendas que
el sistema bancario recibe de los gobiernos. De tal forma que cuando el sistema
se vino abajo, el gobierno, (entonces de R. Zapatero), no quiso tomar medidas
para frenar la ruina de algunas entidades y aguzó la crisis hasta llegar a la
situación actual de Bankia, a sabiendas de que ahora la teníamos que salvar
entre todos. De la misma manera, las industrias energéticas, tanto eléctricas
como petrolíferas, las de telefonía y otras similares han gozado de todos los
privilegios y de los precios más elevados de Europa. Esto no sólo ha ido en
contra de los consumidores, sino de la productividad de las demás empresas, que
se enfrentan a unos costes de producción mucho más elevados que en el resto de
Europa. Tal vez sea esa una de las razones del poco desarrollo industrial de
este país. La mejora de la productividad no cosiste esencialmente en bajar los
sueldos a los trabajadores. Hay muchas formas de mejorarla bajando costes como
los mencionados y de forma especial, invirtiendo en mejorar la educación, la
investigación, el famoso I+D+I. No creo que los países pobres del tercer mundo
sea el ejemplo a seguir, como quieren los representantes patronales del
empresariado. Los países que han mejorado más son los que más han invertido en
educación y en investigación. El eterno fracaso de la formación profesional
española es un hecho intolerable. Se quiso meter a toda la juventud en la universidad
para ocultar las cifras del paro y eso ha sido un fracaso: este país no tiene
capacidad para dar trabajo a tanto universitario. La universidad española ha
sido otro derroche.
La
mayor parte de lo que se ha hecho en España se puede resumir en lo dicho hasta
aquí, pero, ¿qué se podía haber hecho?
Lo que se hizo y lo que
se pudo haber hecho.
Se
podían haber hecho muchas cosas y, de hecho, se hicieron algunas, como veremos.
El problema es que pocas llegaron a tener importancia en los mercados
internacionales porque todo nuestro ahorro y todas nuestras energías se
dirigieron a que unos pocos se hicieran ricos con “el ladrillo” y los demás a
vivir de ello. El caso de Marbella es paradigmático de aquella fiebre y aún
sigue coleando en los juzgados. No era muy diferente de cómo Torrente,
(Santiago Segura), nos lo presenta en sus películas. Turismo y especulación
urbanística convirtieron la costa española, en especial la mediterránea, en un
área residencial para todos los ciudadanos europeos, pero había otro turismo y
otra forma de edificar que no se propiciaron adecuadamente. Además de sol y
playa, España tiene muchas posibilidades de explotar un turismo de calidad por
varias razones. Por el patrimonio histórico de sus ciudades, por su patrimonio
artístico, por haber conservado zonas de naturaleza aún virgen capaces de
actuar como reclamo de un turismo moderado pero con potencialidades
indiscutibles. Este tipo de turismo se beneficia de la restauración de las
ciudades y sus edificios, así como de la conservación de la naturaleza. De todo
esto se ha hecho mucho, pero es más lo que se podía haber hecho y no se
culminó.
El
campo ha vivido de las subvenciones pero tiene aún potencialidades importantes
para su desarrollo en especialidades como el vino y los productos de calidad. ¿Cuánto
queda aún por promocionar en productos como el jamón ibérico? En la transición
se empezó a desarrollar una política de cooperativas agrícolas que luego fueron
superadas por las multinacionales alemanas, holandesas y francesas que son las
que establecieron los cultivos de invernadero en Almería y otros como la fresa
de Huelva. España ha destacado en las industrias con un componente creativo.
Ejemplos de ello son el cine de Almodóvar, la cocina de Ferrán Adriá y otros
famosos cocineros, gran número de arquitectos, músicos, artistas y empresas de
moda como Adolfo Domínguez primero y el conglomerado Zara después. Aún han
quedado áreas de actividad como el Software y los productos tecnológicos donde
estoy seguro que se podían haber hecho muchas cosas en este país, pero para eso
hubiera hecho falta empresarios industriosos (e industriales) que hubieran
financiado la producción y fuertes inversiones en investigación.
A
pesar de todas las críticas recibidas, el gobierno de Rodríguez Zapatero tuvo
el mérito de facilitar el desarrollo de industrias relativas a las energías
renovables, lo que motivó que España se convirtiera pronto en una potencia
mundial en este terreno. Las posibilidades de mercado en este área son enormes
pero, al paso que vamos, se perderán todas en el pozo sin fondo de la crisis y
de la falta de crédito actual. En industrias de alta tecnología, que son en las
que mejor puede competir Europa, España, si bien nunca ha destacado en la
industria de precisión, ha participado siempre en las de aeronáutica e incluso
en la espacial y en menor medida en la industria farmacéutica y química.
¿Y ahora qué?
Es
cierto que el PSOE no ha gobernado durante todos estos años, sino que en el
gobierno de España se ha alternado con periodos del P.P. Pero no es menos
cierto que de los populares nadie esperaba otra cosa. Es por eso que nadie les
ha pedido cuentas, a pesar de sus casos de corrupción, de su malísima gestión
de la crisis, etc.; mientras que el PSOE se hunde en las encuestas y en cada
una de las elecciones que han seguido al aciago día en que Rodríguez Zapatero
anunció súbitamente sus medidas de recorte para cuadrar las cuentas públicas a
consecuencia de la crisis económica que hasta ese mismo día había negado. Desde
entonces sus votantes no hacen sino descender en número creciente y últimamente
a niveles alarmantes.
Personalmente
creo que lo único que tienen que hacer es ser socialistas, o al menos
socialdemócratas. No es tanto pedir.
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