Yo tengo una foto que me recuerda
la de ese niño cuando tenía aproximadamente su edad. En ella estamos mi amigo Carlos
y yo, con pantalones cortos, (en esa época llevábamos pantalones cortos hasta
cuando nevaba). El paisaje que nos rodea no es la desolación de Gaza, sino la
pequeña desolación de un barrio humilde que aún no había conseguido la dignidad
urbana que alcanzaría con años de obras y la plantación de árboles y jardines.
Quiero decir con esto que me identifico con la desolación de ese niño que se
lleva las manos a la cabeza y está sólo y que parece simbolizar por sí mismo
toda la soledad del mundo, aunque al fondo se ven unos adultos que no mitigan
nada esa sensación. Es probable que este niño sea la persona más lúcida de su
entorno, aún no contaminado con discursos nacionalistas, ideológicos y
religiosos. Es probable que sea el único que se pregunte cómo es posible que el
mundo de su casa, de su calle, se derrumbe de esa manera y que no se hunda toda
la humanidad con él.
Es que en la Franja de Gaza y en
el Estado de Israel va a haber elecciones próximamente y tanto Hamás como el Likud
piensan que este enfrentamiento les va bien a su campaña. Eso nos explican los
analistas internacionales, como si tal cosa tuviera una racionalidad indudable.
Como decir: claro, han muerto 127 palestinos y hay más de 900 heridos porque es
bueno para la campaña.
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