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lunes, 26 de julio de 2010

Atardecer de verano en la Alcazaba.



Dice hoy El Gacetillero y aquí lo trascribimos:
Ha llenado la pradera que han puesto bajo el pinar una turbamulta de jóvenes gregarios. Se esperan, se encuentran, ya sea para jugar, para relajarse con la charla e incluso para leer un libro a la sombra difícil de un pino. Pasean su pasión de Narciso por encima del césped y miran a un lado y a otro por si alguien les observa. El domingo sigue su curso cuando el sol abrasador desciende los cerros de San Cristóbal y el aire caliente no permite tregua ni cede a la piedad de los cuerpos que buscan las sombras debajo de este mundo vegetal ajardinado. Alcazaba almohade, matriz de la ciudad, balcón para contemplar el río que es morada de anátidas o la plaza izada en lo alto de la Muela. ¿Por qué un cerro tiene un nombre tan estomatológico? Cosas del populacho, las costumbres. Bajar la cuesta hacia el agua es como caminar hacia el astro rey. Hace falta valor, dice la canción. El aire es limpio, no hay calima en suspensión, pero el fuego que lo atraviesa dificulta la mirada al poniente. No se puede ir ligero, hay que ser prudente. Dejarse llevar por la ladera y pensar que en unos minutos esta penitencia solar se habrá terminado hasta mañana

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