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viernes, 2 de enero de 2009


El año ha cambiado y, como ya suponíamos, no ha cambiado nada. No existe una línea divisoria, una cesura, entre un año y otro. El tiempo pasa como una sucesión interminable (hasta que se termina) sin que haya saltos o cambios repentinos en las cosas. Así que el primer día de 2009 se presentó tan lleno de malas noticias como el último de 2008. Por eso por la noche decidimos ver una película ligera, una comedia, para relajar el ánimo y poder dormir sin insomnios. Así que saqué del video-club la peliculita “La boda de mi novia”. Lo hice porque, además de ser una comedia, aparecía por ahí el pobre de Sydney Pollack, que es uno de esos a los que el tiempo se le acabó el pasado año.
Está bien, resultó una comedia levemente divertida y con un ritmo muy adecuado, como era de esperar.
Sin embargo me produjo una cierta desazón. ¿Cómo pueden ser estas películas tan conservadoras y tan alejadas de la realidad y podemos verlas sin pestañear y además aplaudirlas? Entro en los foros de cine que hablan de ella y veo que la mayoría de los comentarios alaban la comedia y solo algunos entran en los contenidos, pero para mi asombro los comentarios sobre el contenido son de esta guisa:
¡Atención padres!: no es APTA para menores, a pesar de que la calificación moral es para mayores de 7 años. ESTO ES DENUNCIABLE. Yo he tenido que abandonar la sala. No tanto por las escenas sino por el lenguaje, los comentarios TOTALMENTE INADECUADOS continuos de principio a fin de la película. Prefiero no reproducir ninguno aquí. MALÍSIMA. SOEZ. RIDÍCULA
Es increíble lo que cada uno puede ver al contemplar la misma historia.
La película trata de un crápula que ha creado un sistema para ligar todos los días (el insolidario guionista apenas da unas pocas pistas sobre tan magnífico sistema). El individuo solo se relaciona con las mujeres en la cama, con la única excepción de una amiga de la universidad con la que no se acuesta pero con quien disfruta de los pequeños placeres compartidos, como una pastelería que frecuentan, un restaurante, esas cosas. Súbitamente, cuando ella se va a trabajar a Escocia se da cuenta de que en realidad no puede vivir sin esas pequeñas cosas, que es la mujer de su vida y que más le valdría agarrarla y abandonar su vida de crápula irredento. Pero cuando se vuelve a encontrar con ella dispuesto a declararle su amor la chica le presenta a un novio que ha encontrado en Escocia y con quien piensa casarse. A partir de ahí la película trata de cómo el sujeto se las apaña para hacerle saber que la ama y que quiere casarse con ella, para lo que el guionista hace nombrar al tipo dama de honor principal (D.H.P.), ocasión que aprovecha él para promocionar su candidatura discretamente.
La película nos permite presenciar la parafernalia que rodea a una boda de neoyorquinos de clase media-alta. Un sinfín de ceremoniales parecen imprescindibles para completar los preparativos, como una fiesta para ofrecer los regalos a la novia, y toda una serie de lugares comunes que la novia debe de superar con la inestimable ayuda de su cohorte de damas de honor. Al ceremonial neoyorkino se añade el propio de la nobleza escocesa, con lo que más de la mitad de la película se va en estas ceremonias entre las que discurre la acción.
Pero aparte de lo formalistas que resultan estas personas, (de un formalismo trasnochado y que, imagino es propio de una parte mínima de la población), lo que más llama la atención es la ideología que trasmiten estos conservadores sin ideología. En la película se establece una clara distinción entre el sexo (una guarrería) y el amor platónico (algo sublime). En una escena, una de las damas de honor que odia al jubilado Casanova, (luego veremos que porque quiere tirárselo), maquina un ardid para desprestigiarlo, nada menos que presentar a una mujer que vende aparataje sexual en la fiesta de regalos, como si hubiera sido él el que la lleva. Cuando la novia contempla el espectáculo sale llorosa a la terraza y le dice: “desde que era niña he soñado con mi fiesta de regalos y no imaginaba nada parecido”.
El amor es algo sublimado que está muy por encima del sexo y, a su vez, el ceremonial está por encima del amor. El esfuerzo que tiene que hacer el héroe para romper el ceremonial y quitarle la chica al hijo del duque escocés es titánico. Finalmente no sabemos cómo, el amor se impone al ceremonial y triunfa ese chico de clase media, judío con deportivo que parece no trabajar y que tiene un padre rico que se ha casado siete veces (Sydney Pollack), sobre el europeo que, como todos los europeos, es duque y tiene un castillo en Escocia y domina una comarca con una enorme fábrica de Whiskey y un montón de empleados y criados (es difícil de distinguir los unos de los otros), como tenemos la mayoría de los europeos, ya sabes.

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