Decididos a terminar con esa absurda manía que nos impedía viajar como las aves tomamos un avión el sábado 17 con destino a la “Pérfida Albión” sin más impedimenta que la que cabe en una maleta de las que no se facturan. O sea con una pequeña cámara de fotos compacta tipo Canon Ixus, un par de polos, una chaqueta y un pantalón, amén de otras pertenencias menores. Aterrizamos en Heath Row, (en realidad aterrizó el piloto de la British Airways, nosotros nos dejamos llevar), y a las nueve de la mañana, ocho horas en el Reino Unido, estábamos en la ciudad del Abbey Road, un logro tecnológico que se me hace de todo punto increíble. Pero allí estábamos. Nos instalamos en Tavistock Square, en Bloomsbury. Al poco rato visitábamos el British Museum contemplando el expolio que cometieron en los cinco continentes sus antiguos amos imperiales y lo bien expuesto que está ahora todo en ese magnifico museo al que Lord Norman Foster ha colocado una perfecta claraboya que cierra el patio a las inclemencias propias del mal tiempo inglés, aunque uno no deja de ver con buenos ojos eso de que en septiembre el tiempo empiece a refrescar y se anuncie el otoño, que es lo que toca.
Pese a que en la Taberna del Museo se bebe una cerveza inglesa muy buena, la London Pride, que es de esas que se toman a temperatura ambiente, al rato habíamos cogido un metro y nos dirigíamos al barrio de Notting Hill, muy famoso desde la comedia romántica protagonizada por Hugh Grant y Julia Roberts, puesto que el sábado el mercadillo de Portobello Road está especialmente animado. Claro que cuando nosotros llegamos, los comerciantes estaban quitando los puestos, lo que no nos impidió dar un paseo y disfrutar un poco de aquel ambiente que tiene tanta fama como tiene el Rastro en Madrid. Al anochecer bajamos al Támesis donde tuvimos un primer contacto con la torre del Big Ben, el Parlamento, la noria del London Eye, y demás monumentos que se asoman a la orilla del río. Un sábado por la noche el ambiente en el Soho es tremendo. Acabamos cenando en un restaurante italiano cerca del Covent Garden.
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El domingo fuimos a St. Paul, no por utilizar los servicios religiosos que allí ofrecen, sino por conocer tan afamado templo. Nos gustó mucho todo lo que se ha construido en los alrededores, arquitectura moderna que no entra en conflicto con la histórica. Desde la catedral se baja por unas calles que fueron industrias junto al río y que ahora están muy bien rehabilitadas y la ruta termina en el Puente del Milenio, también obra de Lord Norman Foster, que cruza el río y te deja en la mismísima Tate Modern, edifico fabril que Herzog & de Meuren, (los arquitectos que rehabilitaron el Caixa Forum de Madrid, también un antiguo edificio industrial), han convertido en la mayor galería de arte moderno del mundo y que tiene una inmensa chimenea, una chimenea monumental, como un rascacielos. Como a mis acompañantes no les quita el sueño el arte de vanguardia, nos limitamos a contemplar las vistas que sobre todo el río se divisan desde la cafetería. Después, recorrimos los muelles de Londres que guardan vestigios de otros tiempos junto con mucha construcción moderna de cristal. Recorrimos los puentes del río, en especial el puente de la Torre de Londres, de construcción neo-gótica y estructura colgante de principios de la era industrial, para terminar el recorrido en la zona de la Torre de Londres, desplazándonos luego hacia la Abadía de Westminster. Recorrimos White Hall, pasando por el 10 de Downing Street, al tiempo que la ciudad recibía la etapa final de la Vuelta Ciclista a Inglaterra y llegamos hasta Trafalgar Square, tomándonos el te de las cinco en la cafetería de la National Gallery, donde hay una magnífica vista sobre esa parte de la ciudad. Nos acercamos a la exposición sobre Degas que hay en el Academia de Bellas Artes, (que algunos habíamos visto ya en Madrid), por la zona de Picadilly y desde allí volvimos al Covent Garden y después a nuestro hotel, verdaderamente exhaustos.
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Al día siguiente tomamos el bote turístico que desciende el Támesis aguas abajo y eso nos permitió un pequeño descanso en medio del ajetreo. Desde la noria del London Eye, donde se inicia el trayecto, se divisan unas vistas fantásticas de la ciudad a orillas del río, empezando por la torre del Big Ben y el Parlamento, siguiendo por St Paul y la Tate Modern y pasando por los grandes edificios modernos de la City hasta llegar, cerca del estadio olímpico en construcción, hasta la localidad de Greenwich, zona que no deja de pertenecer al continuum del Área Metropolitana de Londres.
En Greenwich hay una magnífica universidad, con edificios de Christopher Wren, donde existe desde la época de la Ilustración un observatorio astronómico en un cerro que se eleva junto a la localidad. En este observatorio, justo en el punto donde tenían puesto un telescopio en un tejado, decidieron que ese sería el meridiano cero y desde ahí se mediría el mundo. Podía haber sido un punto en cualquier otra parte del planeta, pero allí fue donde se señaló el origen de los husos horarios.
De regreso, nos dirigimos hacia el parque que lleva a Buckingham Palace, visita obligada a la residencia de la reina. Ya puestos, después de esto nos dirigimos a Brompton Road y, tras recorrer esas avenidas llenas de lujosos comercios al sur de Hyde Park, alcanzamos el inevitable Harrods, donde pudimos comprobar que sigue siendo el rey del comercio kitsch y que las clientes de Dubai son las únicas con la cuenta corriente suficientemente pertrechada para gastar en esos almacenes.
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En la siguiente jornada usamos el ferrocarril para acercarnos a otro de los puntos que conforman el Área de Londres. En este caso fuimos a visitar el palacio de Hampton Court, hacia el suroeste. El palacio existe desde la época anterior a Enrique VIII, se ha ido modificando con el paso del tiempo y cuenta con importantes aportaciones arquitectónicas de Wren realizadas a finales del siglo XVII. Existe la leyenda que refiere que alguna de las esposas vilmente asesinadas por el rey inglés sigue haciéndose notar en las cámaras del palacio, pero nosotros no percibimos nada paranormal. Los jardines son una maravilla de sencillez y sugieren la serena alegría de la naturaleza. Al fondo de los jardines, un estanque cerrado con una poderosa reja, aloja a los gansos salvajes que sientan allí sus reales durante el estío y que probablemente inicien pronto su migración al sur, quizás a Doñana.
La tarde la dedicamos, fundamentalmente, a visitar la Abadía de Westminster, un magnífico ejemplo de gótico inglés, una construcción de agradables proporciones y de exquisita decoración, donde se puede ver la Lady Chapel, una obra maestra del gótico florido, llamado en Inglaterra estilo Tudor.
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El miércoles 21, lo dedicamos a terminar la visita al British Museum, pues apenas vimos unas pocas salas el primer día, mientras que otros prefirieron hacer lo propio con la National Gallery, aunque eso sí, acabando todos juntos en la Museum Tavern (49 Great Russell Street, Bloomsbury, London).
Lo increíble de todo esto es que comimos en Londres, llegamos a Madrid a media tarde y, por la noche, dormimos en Badajoz.
¡Qué adelantos!
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