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jueves, 30 de septiembre de 2010

Después de la huelga la economía.

He leído los comentarios de la prensa sobre la huelga de ayer y constato que cada vez estoy más atónito ante el pensamiento único que se está imponiendo. ¿Dónde están aquellas voces que clamaban por modificar el capitalismo para que estuviera al servicio de la gente?

Se habla de economía como si de una ciencia exacta se tratara. Si fuera así, ¿por qué nadie predijo la enorme crisis en la que se han sumido Europa y los Estados Unidos? Según se agudiza la crisis se imponen los criterios más tópicos de la derecha, ya no hace falta explicarlos. Por ejemplo, para promover el empleo hay que facilitar el despido, que equivale a decir que para comer hay que cerrar la boca. Si yo digo esto me dirán que estoy loco, pero si digo lo primero podré presumir de estar muy informado en asuntos económicos.

Todas las tesis económicas son muy discutibles, pero ya no se discuten. Por ejemplo hay que reducir el gasto público para poder financiar la deuda nacional que nos permita sostener un mínimo de prestaciones sociales toda vez que la actividad ha decaído. Se podría objetar que eso también se arregla subiendo los impuestos. Se nos contesta que no, que eso evita la creación de empleo porque las empresas y los ricos no invierten si aumenta la carga impositiva. Pero ese mismo argumento no le impidió al Gobierno bajar el sueldo a los funcionarios (que no son ricos pero son muchos) y paralizar las inversiones públicas que, como todos los economistas saben, son la forma de salir de una crisis. Pero es que además el gasto público se puede reducir de muchas maneras. El arquetípico caso de la crisis griega tiene una de sus razones en el enorme gasto militar que griegos y turcos mantienen en la callada guerra fría en la que se enfrentan por defender territorios que ambos reivindican. Aprendiendo de los errores ajenos, también se puede reducir el gasto público en España, por ejemplo sacando las tropas de Afganistán, del Líbano y otros conflictos y reduciendo el gasto militar en general. Pero eso no les gusta a los políticos porque les impide sacar pecho delante de todos a costa de nuestra “deuda pública”. También se puede tratar de mantener el gasto público reduciendo las cantidades astronómicas que se gastan en construir autopistas y AVEs pero mejorando las infraestructuras básicas necesarias. Pero claro, eso no es lo que le gusta a las empresas constructoras, ya que aquellas obras son las que dejan beneficios astronómicos.

La clave para entender estas polémicas es que no existe la economía, no solo porque no es una ciencia exacta como estamos viendo, sino porque lo que existen son economías. Usted tiene su economía, yo tengo la mía y mi vecino de al lado tiene la suya. Los empresarios y los trabajadores tienen dos economías diferentes y a menudo contrapuestas, cada una con su verdad propia. Esto siempre se había entendido y lo aceptaba incluso la derecha. Es la base del consenso democrático: como usted y yo tenemos intereses opuestos los negociaremos en un sistema democrático donde las mayorías mandan. Ahora estamos desmontando todas las teorías del pasado que nos parecen caducas porque eso es lo postmoderno, de tal manera que en cualquier momento podemos negar hasta la ley de la gravedad.

Se niegan leyes que nos ayudan a entender las cosas. Eso es lo que quieren algunos, vendernos una ciencia económica que ellos saben que trabaja en su beneficio y niega el nuestro. Pero lo grave es que nos la estamos creyendo. Mientras, una generación preparada de españoles está a la espera de que el mercado de trabajo se abra y aparezcan ofertas de empleo. De momento abaratamos el despido y les pedimos que cierren la boca, hasta para comer.


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