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lunes, 11 de enero de 2010

Biblioteca: Muñoz Molina en la noche de los tiempos.

He terminado “La noche de los tiempos”, la última novela de Antonio Muñoz Molina que, con tan buen criterio, me trajo Papa Noel para Navidad. En este breve espacio de tiempo he conseguido pasar las casi mil páginas debido a dos motivos principales. El primero porque al poco de recibir el libro tuve “la suerte” de contraer un virus invernal que entre las fiebres y los perversos efectos sobre el sistema digestivo me tuvo en cama durante tres o cuatro días, lo que me permitió disfrutar de su lectura mientras el resto de la familia se afanaba en la sagrada obligación navideña del consumismo. El segundo motivo es porque el libro es, como dice el autor, de esos en los que uno se queda a vivir por un tiempo. Hacía mucho que un libro no me sumergía en su historia hasta el punto de estar horas leyéndolo durante toda la tarde de un sábado para volver a cogerlo a la mañana siguiente durante todo el domingo en el que incluso aquí en el sur ha estado nevando.
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La estructura narrativa que Antonio Muñoz Molina ha utilizado en “la noche de los tiempos” es un hallazgo original, aunque lo viene utilizando desde hace tiempo en sus novelas. Se trata de una estructura en círculos. La narración continuamente vuelve, pero regresa a un punto diferente, sería más propiamente una estructura en espiral. Vamos conociendo hechos por medio de la narración que luego, en uno de esos eternos retornos, conoceremos de forma más detallada y explícita. Así se pasa de un personaje a otro mientras el tiempo va y viene, aunque de forma distinta al clásico flash-back. Ciertamente se trata de una estructura narrativa que viene utilizando desde sus primeras novelas, pero en esta última está tan depurada que funciona como un mecanismo de relojería, sus componentes no chirrían en absoluto, todos los engranajes están perfectamente engrasados.
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El paisaje de la novela, lo que en el teatro sería el decorado, está constituido por los hechos históricos que sucedieron entre el final de la II República Española y los primeros meses de la Guerra Civil. Pero no hay que confundirse al pensar que se trata de una novela histórica y que el tema de la misma se basa en estos acontecimientos. El autor sitúa a los personajes en ese entorno histórico, nos permite asistir a hechos y conocer personas relevantes de los mismos. Se trata de una obsesión de Muñoz Molina que, una vez más, es la obsesión de muchos de nosotros, los de su generación. A saber, entre aquella época y nuestra infancia ha existido un paréntesis de dictadura de la que no nos sentimos herederos y buscamos obsesivamente nuestra memoria en los tiempos que se retratan en la novela. Es como si para negar el franquismo quisiéramos conectarnos a aquella otra realidad con la que nos identificamos. Los que crecimos viendo la imagen del dictador en la televisión, que era la imagen con la que se cerraban las emisiones todas las noches, (era la última imagen que recibíamos de la pantalla antes de conciliar el sueño), anhelamos contemplar la simple figura del feo presidente de la República Española, don Manuel Azaña, figura que el novelista hace aparecer hacia el final de la novela por el puro placer de escrutarlo desde sus páginas. Además del Presidente Azaña aparece el que sería su sucesor, Juan Negrín, como uno de los secundarios principales de la historia en tiempos anteriores a su ascenso a la Jefatura del Consejo de Ministros. Personaje controvertido que fue denostado por unos y por otros, su figura ha empezado a ser reivindicada recientemente por los historiadores. También aparece Moreno Rubio, discreto personaje de la Residencia de Estudiantes y otros intelectuales como Juan Ramón Jiménez, Alberti, Ortega, etc.
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El autor ha dicho que el personaje principal de la novela, el arquitecto Ignacio Abel, tiene mucho de la biografía de Pedro Salinas, enamorado de una alumna norteamericana, Katherine Whitmore, cuyas cartas de amor han sido legadas a la Universidad de Harvard y se han conocido recientemente. Porque la novela es una historia de amores y desamores, que cuenta lo que sucede en la vida de los personajes, preocupados por lo que estaba sucediendo en España, pero mucho más preocupados por lo que sucedía en sus vidas. El género de la novela tiene siempre un sentido de totalidad. Lo mismo que la sinfonía, con la que a menudo se compara, tiene distintos tonos que son unas veces alegres, otras tristes, una veces serenos, otras apasionados, ilusionantes, dramáticos, desesperados, etc. Además la historia se proyecta en personajes distintos e incluso contradictorios. Vivimos el idilio de Ignacio Abel visto desde su posición y la de su amante, Judith Biely, pero también desde el lado de su esposa y de sus hijos. La estructura narrativa que mencionábamos le sirve para lograr esta panorámica compleja que es parte de toda novela.

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También ha dicho el autor que en la base de la novela está la contradicción tan grande que hay entre construir y destruir. Lo difícil que es lo primero. Nos habla de la forma en que los albañiles tratan el material, como cuando estampan su mano abierta en una gran pieza de piedra, un bordillo o un gran sillar, manejándolo con la caricia ruda que se le dispensaría a un animal doméstico. Este trabajo manual bien hecho proporciona una gran satisfacción al que lo hace, al artesano con la preparación y la ciencia adecuada. Para Muñoz Molina esto es lo más importante que se puede hacer en la vida: el trabajo bien hecho. Eso es lo radical, lo demás son palabrerías baratas y vanas. Enlaza el autor con el regeneracionismo español que no es sólo republicano sino incluso anterior, que está ya en el 98, el regeneracionismo de Ramón y Cajal que es quien crea la junta para la Ampliación de Estudios en 1906, el de la Institución Libre de Enseñanza, incluso en la propia monarquía que es la que cede los terrenos y asume la idea de crear la ciudad universitaria de Madrid, que se realiza en su mayor parte durante la República pero que es un proyecto concebido por el denostado Alfonso XIII.

En ese saber hacer, se recrea el autor construyendo el mundo de aquellos terribles años treinta, reinventándolo hasta el más mínimo detalle, con la pretensión minuciosa del detalle de un pintor flamenco.

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Cada uno tiene una idea distinta de lo que fue el periodo histórico de la novela y tiene sus favoritos entre los protagonistas de aquél, pero hay que reconocerle que su tesis es cierta. Si a alguien podemos premiar con los laureles de la sabiduría es a los tibios que vivieron la vida con honestidad y se dedicaron a construir en lugar de participar de la catarsis de destrucción en que acabó este país. También es cierto que “los nuestros” se equivocaron, igual que los otros. Ni la revolución ni la República eran motivos suficientes para justificar los crímenes y los tormentos que se le dieron a tantas personas que solo eran culpables de pertenecer a la otra España, a la que tenía relación con el clero o la burguesía incipiente. Responder al golpe militar con el fusilamiento de la estatua del Sagrado Corazón de Jesús fue un error estúpido y fanático y sobretodo un error táctico. Esa falta de rigor fue la que acabó con la República y permitió que los golpistas lograran sus objetivos después de tres años de muerte y destrucción.

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La política y la ley deben ser tibias, no pueden ser apasionadas. Damos por supuesto la normalidad y no es así: todo se puede romper de un día para otro. Es la tesis de Muñoz Molina en un comentario impagable que hace sobre la novela en su localidad natal, en el que nos explica con toda la sencillez de un artesano, como la ha ido gestando. Creo que es un documento especial, porque el académico se encuentra como en casa y habla con confianza y sencillez. Se puede encontrar la conferencia AQUÍ, es muy recomendable.


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