Vistas de página en total

martes, 12 de enero de 2010

Adios, cambio climático.

Lo tengo decidido. Lo he venido meditando serenamente desde el pasado 18 de diciembre, en que se clausuró la cumbre del cambio climático, y finalmente lo tengo claro. A partir de ahora voy a pasar del cambio climático.



Durante muchos años, incluso antes de que el tema estuviera tan de actualidad, vengo preocupado por la incidencia de nuestra vida industrializada en el medio ambiente. De hecho cuando estudiaba en la Politécnica de Madrid, mi primera actuación profesional fue ponerme en contacto con una gente de Barcelona que estaba introduciendo el tema de las energías alternativas y la construcción bioclimática (entonces se usaba más el término construcción autosuficiente). ¡Me estoy refiriendo al año 1974! En aquella época esto era una cosa de hippies y de iniciados. Así empezó una larga marcha a la que cada vez se fue uniendo más y más gente. Pensábamos que, por ejemplo, no se podía seguir fabricando plásticos para tirarlos una vez usados, de modo que toda nuestra naturaleza, (los campos, los bosques, los océanos), se llenara de las bolsitas blancas del supermercado. Sin darnos cuenta de que, en realidad, resulta tan bonito ver un campo verde salpicado de bolsitas blancas… Cada uno tiene su sentido de la estética.


Hace más de treinta años en países obsesionados por la dichosa limpieza del entorno, como Suiza, se puso coto al uso indiscriminado del plástico. Finalmente llegó a toda Europa, incluso al sur mediterráneo, la costumbre de reciclar los materiales que iban a la basura, con la diferencia de que aquí era voluntario. En Suiza si tiras un papel en la basura de los cristales te pueden meter en la cárcel. Es un país sin libertades. Aquí puedes hacer lo que quieras. Si eres un tonto obsesionado con el medio ambiente y esas chorradas pues reciclas. Si eres una persona normal y decente pues no. Algunos hemos estado años separando el papel y el cartón por un lado, los vidrios por otro, los envases por otro y la materia orgánica por el suyo. Las pilas iban a distintos contenedores, según fueran de botón o normales, los cartuchos de tóner yo los almacenaba en un armario para cuando tuviera varios llevárselos a la tienda, (donde con toda seguridad los tiraban a la basura). Estas cosas, que como ya he dicho eran chaladuras de hippies, estaban mal vistas por la gente decente. En mi casa, por ejemplo, que está en un portal de gente muy decente, es el portero el que recoge la basura con lo cual, esto de reciclar es visto como cosa de chamarileros, de los yonquis que hurgan entre la basura o de los hippies del 3º D. Las personas elegantes lo tiran todo junto, como Dios manda. El concejal de limpieza de algún Ayuntamiento mandaba tirar los contenedores, tanto de envases como de materia orgánica, juntos en el mismo camión, que así se ahorraba dar viajes y gastar combustibles contaminantes. El no era un hippie. Era una persona decente.


La cerrazón de algunos fanáticos llegaba hasta el extremo de regañar a los pobres niños si tiraban las bolsas de chuches a la calle en lugar de tirarlas a las papeleras, que estaban puestas para el que, libremente, quisiera tirar ahí las basuras, porque siempre ha habido gente para todo, como decía el torero. ¿Cuánto daño habré hecho a mis hijos con esas fanáticas manías, especialmente cuando se daban cuenta de que su familia tenía algo raro que la diferenciaba de las familias de sus compañeros del colegio? Es verdad que no éramos los únicos. Nuestros hijos tenían amigos cuyos padres padecían las mismas extravagancias que nosotros, pero eran las excepciones que confirmaban la regla: que confirmaban que sus padres eran muy raros.


Pero el fanático del cambio climático no terminaba ahí. En el trabajo todo el mundo le conocía porque, aunque fuera el empleado de mayor categoría de la oficina, era el que se dedicaba a apagar las luces que no hacían falta, a quitar el aire acondicionado de los despachos vacíos, a bajar el climatizador hasta valores tan vehementemente “sostenibles” como los que había indicado el Ministerio de Industria. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Era el que bajaba las persianas en verano para que no se calentara el edificio y se preocupaba de arreglar las ventanas que no cerraban bien para evitar que el frío aire del invierno bajara la temperatura de la oficina y obligara a aumentar el gasto de calefacción. Hasta esos extremos llegaba el comportamiento sectario de los que hemos caído en las redes tendenciosas del cambio climático


El otro día me comentaba mi amigo Félix que una vez que se le rompió un cristal enorme en su casa se entretuvo en trocearlo envuelto en una manta con un martillo casero para así poderlo tirar al contenedor de reciclado. Hasta ese punto llegaba su fanatismo. Pero Dios es justo y al final le da a cada uno su merecido. El otro día cuando llovía tanto, aparcó su coche en una plaza de aparcamiento de la calle. Era de noche y no se veía bien y cuando se bajó del vehículo piso algo que le hizo caer al suelo. Resultó que alguien había tirado allí una luna de cristal. Una de esas lunas redondas que se ponen encima de las mesas camillas. Le está bien empleado por andarse con tantas tonterías de reciclados y demás. En lugar de tanto reciclar pon atención en dónde pisas no vaya a ser que una persona normal haya dejado allí sus desechos y tú no te des cuenta. Se destrozó la mano con el cristal, que se rompió al caerse encima, y tuvo suerte de no habérselo clavado en una zona corporal más delicada.


Ahí está mi amiga Mamen, que es más salada que la mar, defendiendo a capa y espada que todo esto del cambio climático es cosa del fresco de Al Gore y de un grupo de científicos golfos y que para lo único que ha servido es para que Zapatero compre un DVD que piensa poner en las escuelas para engañar a los pobres niños. Incluso dice que estos problemas se arreglan solos como se ha arreglado lo del ozono. Y yo preocupado con el rollo del ozono troposférico. Vaya tonterías, en las que me he ido a fijar.


Personalmente voy a empezar a vivir a gusto, sin tanto miedo por el medio ambiente y demás zarandajas. Lo primero que pienso hacer es comprarme un todoterreno de esos de más de 300 caballos. Le tengo echado el ojo a un Porsche Cayenne. Sí, ya sé que son muy caros, pero he visto uno que tiene más de seis años que me sale bien de precio. Bueno, mucho más barato que esa porquería de híbridos que hacen ahora. (A mí eso de los híbridos me suena a mariconada).


Después voy a dejar puesta la calefacción en el trabajo cuando me vaya, para que cuando llegue por la mañana esté la oficina calentita. Como a mí no me cuesta un duro…


En casa, en lugar de andar apagando radiadores cuando el calor producido por la calefacción comunitaria se hace insoportable, voy a abrir las ventanas que es más fácil y se renueva el aire de las habitaciones. A ver si con la tontería de andar cerrando radiadores se me estropea la llave, (que no está hecha para andar todo el día abriendo y cerrando), y me toca a mí pagar la reparación.

Y el ordenador. Con lo a gusto que se leen las cosas imprimiéndolas en papel y no mirando por la dichosa pantalla, que se cansa la vista y todo. No imprima este mensaje, evite que se corten árboles. Tonterías de tanto árbol, que luego se atascan las tuberías con las raíces.


Y cuando se acabe se acabó y el que venga detrás que arree. (Nos va a joder).

No hay comentarios: