El miedo atenaza y acostumbra a disolver la relación generosa con la existencia a la que está predispuesto el que se siente libre de temor o que se enfrenta sin falsedades a la propia inseguridad que genera la vida. (Rafael Argullol).
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Escribe Rafael Argullol en El País sobre “Miedo y Piedad”. Un tema realmente interesante por varias razones y un artículo imprescindible, (por eso lo traemos aquí). En primer lugar destaca que el motivo por el que se interesa en el tema es porque se ha topado con él en un libro de Wilhelm Nestle sobre el espíritu griego y allí se percata de que en la época de Pericles está documentado que la población sufría miedos a ciertas cosas que no se correspondían con los peligros que de la realidad pudieran derivarse. Ya sabemos que el miedo es un mecanismo de alerta que, en muchas ocasiones, se dispara sin obedecer a causas racionales, es más, se trata de un mecanismo sicológico con tendencia a funcionar de forma defectuosa porque no suelen coincidir nuestros miedos con los peligros reales. Por ejemplo, uno tiene miedo a viajar en avión, cuando lo realmente peligroso es viajar en coche, cosa esta última que no nos da miedo ninguno cuando debería ser al contrario.
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Escribe Rafael Argullol en El País sobre “Miedo y Piedad”. Un tema realmente interesante por varias razones y un artículo imprescindible, (por eso lo traemos aquí). En primer lugar destaca que el motivo por el que se interesa en el tema es porque se ha topado con él en un libro de Wilhelm Nestle sobre el espíritu griego y allí se percata de que en la época de Pericles está documentado que la población sufría miedos a ciertas cosas que no se correspondían con los peligros que de la realidad pudieran derivarse. Ya sabemos que el miedo es un mecanismo de alerta que, en muchas ocasiones, se dispara sin obedecer a causas racionales, es más, se trata de un mecanismo sicológico con tendencia a funcionar de forma defectuosa porque no suelen coincidir nuestros miedos con los peligros reales. Por ejemplo, uno tiene miedo a viajar en avión, cuando lo realmente peligroso es viajar en coche, cosa esta última que no nos da miedo ninguno cuando debería ser al contrario.
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A continuación encuentra Argullol que nuestra sociedad también está sometida a miedos irracionales, miedos que no están justificados por una realidad de la que tengamos que defendernos y de ello concluye que nuestra sociedad necesita estar anclada en un temor, sea el que sea, para lo que el autor se apoya en un artículo que ha leído en el New York Times. Aquí es donde uno humildemente disiente de Argullol. No es la sociedad la que necesita aferrarse a esos miedos, más bien pienso que es un sector de la sociedad, (la que controla al resto), quien se ha propuesto extender el miedo para su propio provecho. Quien se interese en conocer la historia reciente de la humanidad no tiene más que hacer un análisis somero de la guerra fría, la guerra contra el terrorismo, etc. Ya hemos hablado aquí del miedo a las pandemias y otros.
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El artículo tiene una segunda parte aún más interesante, sobre la repercusión que tiene el miedo en la ausencia de piedad de las sociedades. Argullol lo expresa magistralmente: “El miedo atenaza y acostumbra a disolver la relación generosa con la existencia a la que está predispuesto el que se siente libre de temor o que se enfrenta sin falsedades a la propia inseguridad que genera la vida”.
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Ahí se cierra el círculo y volvemos a empezar de nuevo. No es bueno cimentar unas sociedades en el miedo, porque eso no trae nunca buenas consecuencias. Hitler no era un loco, era un ambicioso, digamos que era un ser enfermo de ambición. Su gran “mérito” fue comprender que los mecanismos del miedo son irracionales, a menudo no responden a la realidad, así que se inventó el miedo a los judíos, a quienes hacía culpables de los males de la patria, en lugar de dirigir su odio hacia los franceses o los ingleses, los auténticos responsables de sumir en la miseria a Alemania, pero quienes, por disponer de un estado poderoso, eran más peligrosos y difíciles de doblegar. La siguiente maniobra de la ignominia es convertir en culpables a las víctimas, como hacía Hitler. Volviendo a nuestra época, muchos encontramos que existen demasiados temores en nuestra sociedad y que esos temores no se corresponden con la realidad. Mientras estamos poniendo en peligro la vida en el planeta, en un peligro que ya nadie con sentido común niega, centramos nuestros miedos en el odio a los otros, normalmente a los más débiles, como en la República de Weimar hacían Hitler y sus amigos. El peligro de un cambio climático y de la destrucción de los ecosistemas terrestres tal como los hemos conocido hasta ahora no es nada, (según el discurso dominante), en comparación con el peligro que suponen un puñado de emigrantes africanos o del Este de Europa que vienen huyendo de la miseria y que, además, necesitamos para que hagan las tareas que nuestros hijos ya no quieren hacer. La crisis económica en que nos han sumido los especuladores globalizados no es nada, (según ese discurso), frente al supuesto daño económico que suponen para las arcas del Estado las ayudas a los necesitados cuando estos no han nacido en esta pequeña península, según una forma de pensar que se extiende por Europa. Las patrullas contra los inmigrantes que Berlusconi ha autorizado en Italia son una forma de distraer a los italianos de los peligros reales a los que se enfrentan, entre los cuales, el peligro que supone su actual Presidente no es tema menor. Pero cuando sustituimos el análisis racional por el impulso incongruente eso es lo que conseguirmos.
Dejarse llevar por el miedo a los débiles mientras dejamos que los fuertes nos dicten nuestras vidas y se queden con nuestra riqueza no parece que sea una buena forma de entender el mundo por mucho que nos quieran convencer de ello. Creo que esa guerra nos jugamos una parte importante de nuestro futuro colectivo.
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Ahí se cierra el círculo y volvemos a empezar de nuevo. No es bueno cimentar unas sociedades en el miedo, porque eso no trae nunca buenas consecuencias. Hitler no era un loco, era un ambicioso, digamos que era un ser enfermo de ambición. Su gran “mérito” fue comprender que los mecanismos del miedo son irracionales, a menudo no responden a la realidad, así que se inventó el miedo a los judíos, a quienes hacía culpables de los males de la patria, en lugar de dirigir su odio hacia los franceses o los ingleses, los auténticos responsables de sumir en la miseria a Alemania, pero quienes, por disponer de un estado poderoso, eran más peligrosos y difíciles de doblegar. La siguiente maniobra de la ignominia es convertir en culpables a las víctimas, como hacía Hitler. Volviendo a nuestra época, muchos encontramos que existen demasiados temores en nuestra sociedad y que esos temores no se corresponden con la realidad. Mientras estamos poniendo en peligro la vida en el planeta, en un peligro que ya nadie con sentido común niega, centramos nuestros miedos en el odio a los otros, normalmente a los más débiles, como en la República de Weimar hacían Hitler y sus amigos. El peligro de un cambio climático y de la destrucción de los ecosistemas terrestres tal como los hemos conocido hasta ahora no es nada, (según el discurso dominante), en comparación con el peligro que suponen un puñado de emigrantes africanos o del Este de Europa que vienen huyendo de la miseria y que, además, necesitamos para que hagan las tareas que nuestros hijos ya no quieren hacer. La crisis económica en que nos han sumido los especuladores globalizados no es nada, (según ese discurso), frente al supuesto daño económico que suponen para las arcas del Estado las ayudas a los necesitados cuando estos no han nacido en esta pequeña península, según una forma de pensar que se extiende por Europa. Las patrullas contra los inmigrantes que Berlusconi ha autorizado en Italia son una forma de distraer a los italianos de los peligros reales a los que se enfrentan, entre los cuales, el peligro que supone su actual Presidente no es tema menor. Pero cuando sustituimos el análisis racional por el impulso incongruente eso es lo que conseguirmos.
Dejarse llevar por el miedo a los débiles mientras dejamos que los fuertes nos dicten nuestras vidas y se queden con nuestra riqueza no parece que sea una buena forma de entender el mundo por mucho que nos quieran convencer de ello. Creo que esa guerra nos jugamos una parte importante de nuestro futuro colectivo.
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