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martes, 11 de agosto de 2009

Mujeres al borde.


La historia que cuenta la película "Mujeres al borde de un ataque de nervios" tiene una base dramática, es el drama de siempre, el drama del desamor. La película consiste en contar ese drama, (que no deja de serlo en ningún momento, que es un drama real y que la protagonista, Pepa, lo siente a lo largo de toda la cinta), como si fuera una comedia, con todas las armas propias del género. En una comedia los personajes son reales y populares: está Don Juan, todo un clásico, véase sino la presentación que hace de él en las primeras escenas, está la amiga andaluza, modelo, que se enamora de un terrorista chiita, el enamoradizo hijo de Don Juan, los policías, que son satirizados en la obra como corresponde a su oficio, la portera cotilla, igualmente satirizada, el taxista que se inventa a sí mismo, la abogado corrupta, que renuncia a su misión de abogado feminista, (algo que era propio de los años setenta), para tornarse en una oportunista que las coge al vuelo, una cosa más moderna, (o postmoderna), etc; todos ellos son personajes que no difieren mucho de los que aparecían en las comedias de Aristófanes o de Plauto.
Pero como subgrupo dentro de la comedia, la obra podría estar enclavada en lo que se conoce como “alta comedia”, como las que popularizó Ernst Lubitsch en los años cuarenta. Comedias en las que la gente aparece convenientemente elegante, en espaciosos pisos, donde los amigos aparecen y desaparecen a su antojo, en los que no se realiza ninguna actividad que pudiera parecerse a un trabajo enajenante. El género de la alta comedia se aprecia desde los créditos, una de las cosas más destacadas estéticamente de la película, que crea ya la ambientación debida de lo que va a venir.
Pero la película es demasiado buena para ser aprehendida a partir de unos pocos conceptos. Tiene una lectura puramente plástica, en la fotografía, los colores. Tiene una lectura cinematográfica, como en esa escena en la que Pepa aguarda la esperada llamada telefónica y la cámara nos muestra sus zapatos de tacón moviéndose por el salón a un lado y otro. Tiene una lectura narrativa, como venimos comentando, y tiene una lectura simbólica. En esta última véase la utilización que hace, por ejemplo, del teléfono. Recuérdese que Almodóvar había desaprovechado unos pocos años de su carrera como administrativo de Telefónica. En la película el teléfono es arrojado, arrancado y golpeado y los contestadores sólo sirven para grabar mentiras, como muy bien señala en su blog “estoy harto de ser buena” su autor. También existe un gran simbolismo en lo referente a la moto, como un objeto fetiche para los hombres: “señora esto es una reliquia”; y también para las mujeres: “en esta moto no se monta más chocho que el mío”.
Es difícil hoy día darse cuenta de la modernidad que suponía la película de Almodóvar en el año 1988. De hecho, la estética que propugna, salvo detalles propios de aquel entonces, como las rebecas que luce Pepa (Carmen Maura), es una estética muy actual. Uno todavía se encuentra chicas por la calle vestidas como Candela (María Barranco) o como Marisa (Rossy de Palma).
Pero más allá de todo ello está la conclusión narrativa de Pepa, que ha hecho un viaje iniciático, ha intentado compartir su hijo con su amante, ha visto desesperada que esto no era posible, a pesar de ello le ha salvado la vida sólo porque estaba en peligro y, finalmente, ha aprendido que tiene que rehacer su vida con su hijo y sin contar con el padre que anda aún rodando sin fin en su particular rueda de las reencarnaciones que es el karma de cualquier Don Juan.
El hijo de Pepa ya habrá cumplido veinte años y espero que le vaya bien.


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