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viernes, 24 de abril de 2009

Las amistades peligrosas


En mi anterior comentario sobre Margarita Nelken incluía una dirección al artículo de Pio Moa sobre la diputada socialista en el que el derechista historiador comentaba: “En otro artículo criticaba a quienes comprendían la necesidad de aplastar a los "reaccionarios"… excepto a los que ellos conocían personalmente, que siempre resultaban buenas personas inofensivas.” Y hacía mención Moa a que Goebels avisaba a los alemanes del peligro de ver con buenos ojos al judío conocido aunque se tuviera “el patriotismo” de odiar a los judíos en su conjunto.
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Dejando de lado la polémica Nelken, quiero comentar el tema suscitado sobre el odio a los enemigos y lo que sucede cuando estos enemigos se personifican en sujetos conocidos con los que convivimos a diario.
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En primer lugar he de decir que hoy día me resulta imposible ver enemigos por razones étnicas, pero también me resulta muy difícil hacerlo por razones ideológicas. Por muy abyecta que sea la ideología que defiende un vecino, un compañero de trabajo o un conocido, no llega al extremo de hacer que considere enemigo a quien la defiende. De todas maneras, no tentemos al diablo que hay personas que unen a su condición de xenófobos, la de reaccionarios totales, homófobos, fascistas, o qué sé yo cuantas aberraciones ideológicas más. En todo caso, ante personas así lo mejor es no tratar de discurrir mucho con ellas, pienso yo. Es decir: huir de la ocasión. Si en todo caso, la ocasión se presenta, hay que entrar al trapo (de la polémica) sólo cuando la gravedad de lo defendido por el otro sea de tal calibre que atente contra principios básicos de convivencia y no porque nuestro antagonista defienda al partido contrario al que nosotros votamos, si es que fuimos tan inocentes de confiar en alguno.
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En el caso de que llegáramos a esos extremos y a una persona conocida la tuviéramos por antagonista hasta considerarlo nuestro enemigo, me parece más lógico y propio de nuestra condición que el mero trato con ella nos acerque, si bien luchemos (de determinada manera) contra las ideas que defiende. Esto me parece más propio de la naturaleza humana que la idea totalitaria sostenida por fascistas y comunistas de anteponer “la causa” a las personas.
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