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jueves, 26 de marzo de 2009

Pequeña Historia.

Lápida en memoria de los Españoles que sufrieron prisión en el Campo de Concentración de Argelès-sur-mer. (Uno de ellos fue Vicente Ferrer, el misionero laíco que fue Jesuita y que ahora parece que está muy grave por una embolia en la India. En su juventud fue del POUM y luchó por la República).



A la mémoire des 100.000 Républicans Espagnols, internés dans le camp d'Argelès, lors de la RETIRADA de Février 1939. Leur malheur: avoir lutté pour défendre la Démocratie et la République contre le fascisme en Espagne de 1936 à 1939. Homme libre, souviens toi.(A la memoria de los 100.000 republicanos españoles, internados en el campo de Argelès, tras la RETIRADA de febrero de 1939. Su desgracia: haber luchado para defender la Democracia y la República contra el fascismo en España de 1936 a 1939. Hombre libre, acuérdate.)

Mucha gente opina que se ha hablado, se ha escrito y se han hecho demasiadas películas de las cosas que pasaron con motivo de la Guerra Civil española. Unos opinan así porque fueron verdugos o se sienten herederos de aquellos. Pero hay otros, bienintencionados, que piensan que ya es demasiado. Yo creo que no. Primero porque durante mucho tiempo no dejaron y muchas se quedaron sin contar, pero además, porque son historias terriblemente reveladoras de muchas cosas. Eulalio Ferrer Rodríguez, que se exilió en México donde hizo fortuna como Publicista y además fue escritor y mecenas, ha muerto el otro día y El País trae un obituario que merece la pena leer. Por ejemplo, nos cuenta una escena de las últimas horas del poeta Antonio Machado con su madre en Francia:


"Era como el mediodía y llegamos a Banyuls. Yo iba con un amigo, capitán como yo, pero de mayor edad. Los mutilados de guerra estaban en las cunetas de los alrededores del pueblo; los heridos, tirados en el suelo, esperaban transportes. Sentado en un banco, con la ropa vieja y arrugada, estaba Machado, con su inseparable sombrero. Apoyaba sus manos en un bastón y sobre el hombro se acurrucaba una viejecita, cubierta con una manta sucia. Nos acercamos y le preguntamos qué hacía. 'Espero a mi hermano Pepe para que nos lleve a Colliure'. Hablaba trabajosamente, como diciendo: '¡Váyanse...! Me duele hablar'. La madre, con la mirada perdida, parecía más muerta que viva. Les entregué mi capote militar para que se arroparan. Machado hizo un ademán con la mano y le dijo a mi compañero: 'Si ven a mi hermano, díganle que venga, que ya me cansé de esperarlo...".

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