Ella contaba que en las
tórridas noches de verano, en los pueblos de Badajoz donde su familia se establecía, (siempre provisionalmente porque
su padre hacía obras púbicas para la Diputación y ellos se veían obligados a
vivir allí durante meses para, al terminar las obras, cambiarse a otro pueblo
lejano), solían después de cenar reunirse todos los miembros de la familia
alrededor de una mesa y alguien leía poesías o teatro. Uno imagina que de
García Lorca y Juan Ramón Jiménez, pero también puede ser que de Rubén Darío o
de Espronceda. Tal vez escuchara entonces los versos de Juan Ramón que dicen:
Y yo me iré. Y se
quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Uno, que es aún más ignorante
de versos que de otras cosas, los ha conocido recientemente porque los ha
cantado magistralmente Carmen Linares (Raíces y alas, 2008). Es probable que mi
tía escuchara entonces esos versos porque si no, no sé de dónde habrá sacado
tan imperturbable estoicismo.
Poco antes de que muriera su
admirado Enrique Morente nos juntó a todos, (¿o fue mi primo?) para acudir al
Auditorio Nacional a escuchar a Estrella Morente cantar los versos de El amor
brujo de don Manuel de Falla.
Hablo de ella porque gente
como mi tía, como Carmen Linares y Enrique Morente, son y han sido la
aristocracia de España, un país donde la mayor duquesa del reino baila torpes
sevillanas, haciendo exaltación de la vulgaridad, (vulgaridad exaltada por
todos los medios y que no precisa que también lo hagan las duquesas).
Ella se ha ido y parece como
si la soledad que nos deja impidiera a los pájaros cantar, (¿o será por el frío?).
Sé que una de estas mañanas se levantará el sol sobre la niebla y cantarán los
gorriones y brotará el verde árbol de Juan Ramón.
Lo sé por ella.
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