Hoy es el día contra la violencia machista. Qué podemos hacer para acabar con la violencia machista, nos preguntamos a veces. Las medidas que se toman, (policiales, judiciales, políticas, etc.), no terminan de conseguir que disminuya la incidencia de este mal en la sociedad.
Hay muchos aspectos que deberían tenerse en cuenta, pero hay uno que me parece fundamental y que se desprecia a menudo, me refiero a la guerra cultural contra el machismo. Conozco hombres con una buena educación, que me consta que tratan correctamente a sus esposas, que son muy considerados con las demás, pero que disfrutan contando chistes machistas. El chiste machista es una forma de enculturación que trasmite los valores ancestrales de una sociedad. No es una cosa inocente que sirve para reírnos un rato y ya está. Las narraciones populares, como el chiste, vienen siendo desde siempre una correa de transmisión de los valores imperantes en una sociedad y el problema del machismo es que necesitamos que la sociedad cambie, no podemos permitir que los valores tradicionales sigan siendo los que fueron cuando yo era niño. Lo que conocimos los que tenemos cierta edad no puede darse por bueno. En cuanto que la sociedad avanza un poco se produce una reacción, (de ahí la palabra reaccionario), en los grupos más conservadores que tratan de hacernos ver que los avances conseguidos son un salto al vacío, un absurdo que va contra las normas porque, para ellos, las normas son eternas, inmutables. Incluso es frecuente que dentro de esos grupos reaccionarios estén muchas mujeres que piensan que su papel en la sociedad es el que ha sido anteriormente y no puede haber otro. Las quejas contra lo políticamente correcto esconden, (con su denuncia tácita de la hipocresía de quienes lo procuran), el cinismo de los que en realidad defienden con esa denuncia el “viejo régimen”, los valores viejos.
Por otra parte, entre los varones se producen frecuentes quejas sobre aspectos de la convivencia entre los sexos que consideran que les perjudica injustamente, por ejemplo sobre las consecuencias que los divorcios tienen para ellos, y plantean sus quejas como una forma de poner en cuestión todo el cambio social habido respecto de la mujer. No se puede contestar a estas quejas negándoles a los varones el derecho de defensa, pero esa defensa ha de ser dialéctica, es decir basada en un diálogo entre las partes, (que puede ser jurídico, no me refiero a una amable conversación), porque cuando hablamos de diálogo estamos reconociendo implícitamente la existencia de dos iguales. Negar el diálogo es un acto sexista, ya lo sea desde uno u otro lado de la contienda. El conflicto es connatural a las personas, el problema está en la forma en que afrontamos ese conflicto.
Por último no quiero terminar sin denunciar la carga de cobardía que conlleva la violencia de los hombres hacia las mujeres.
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