Quiero mandar un saludo y mi agradecimiento a Marisol Garrido, que me facilita numerosas fuentes periodísticas sobre la vida y obra de Jacinto Peñaranda.
Según he podido comprobar por los datos que me remite, en la revista Índice de marzo de 1978 se publicó un artículo de Dolores Lapeña sobre la literatura del chileno que aporta nuevas luces a algunos interrogantes existentes sobre su biografía.
Por ejemplo, en dicho artículo nos descubre Lapeña que nuestro narrador se educó con los Jesuitas de Valparaíso, en el colegio llamado de San Ignacio de Loyola, (¿cómo no?). Para Lapeña, Peñaranda es uno de los grandes escritores chilenos del siglo XX, por su originalidad y buen oficio. Parece ser que el autor debe su afición lectora a una enfermedad infecciosa que le tuvo postrado, de forma intermitente, durante un periodo de dos años en su adolescencia. A consecuencia de ello, el joven Jacinto llenaba sus horas con las aventuras de Jack London en los mares del sur, con la imperiosa voluntad de realizar las aventuras soñadas por Don Quijote de la Mancha, con las leyendas clásicas de Homero y, cuando sus padres no estaban en casa, con un volumen de su abuelo que descubrió en la biblioteca familiar con la obra completa del Marqués de Sade.
Superado este periodo, ingresó Peñaranda en la facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso, donde estudiaría durante cuatro años pero sin culminar los estudios que abandonó un curso antes de concluir. Ingresaría en la carrera diplomática por influjo de su otro abuelo, el Mariscal Andrés Romero, que movió los hilos necesarios para conseguirle un destino en la embajada Chilena en México, desde la que posteriormente pasaría a la capital española, como sabemos.
También gracias a las informaciones de Marisol he encontrado otro artículo, esta vez publicado en la Revista de Occidente en diciembre de 1997, de Fernando Suárez Rastrojo, sobre las influencias literarias que marcaron al chileno. Para Suárez Rastrojo las mayores influencias literarias de Peñaranda vienen de autores franceses y concretamente menciona a Flaubert, Baudelaire, Victor Hugo y Balzac. También leyó mucho el chileno a Gide y Proust, y debió de conocer con posterioridad a Cocteau y Céline.
Según he podido comprobar por los datos que me remite, en la revista Índice de marzo de 1978 se publicó un artículo de Dolores Lapeña sobre la literatura del chileno que aporta nuevas luces a algunos interrogantes existentes sobre su biografía.
Por ejemplo, en dicho artículo nos descubre Lapeña que nuestro narrador se educó con los Jesuitas de Valparaíso, en el colegio llamado de San Ignacio de Loyola, (¿cómo no?). Para Lapeña, Peñaranda es uno de los grandes escritores chilenos del siglo XX, por su originalidad y buen oficio. Parece ser que el autor debe su afición lectora a una enfermedad infecciosa que le tuvo postrado, de forma intermitente, durante un periodo de dos años en su adolescencia. A consecuencia de ello, el joven Jacinto llenaba sus horas con las aventuras de Jack London en los mares del sur, con la imperiosa voluntad de realizar las aventuras soñadas por Don Quijote de la Mancha, con las leyendas clásicas de Homero y, cuando sus padres no estaban en casa, con un volumen de su abuelo que descubrió en la biblioteca familiar con la obra completa del Marqués de Sade.
Superado este periodo, ingresó Peñaranda en la facultad de Derecho de la Universidad de Valparaíso, donde estudiaría durante cuatro años pero sin culminar los estudios que abandonó un curso antes de concluir. Ingresaría en la carrera diplomática por influjo de su otro abuelo, el Mariscal Andrés Romero, que movió los hilos necesarios para conseguirle un destino en la embajada Chilena en México, desde la que posteriormente pasaría a la capital española, como sabemos.
También gracias a las informaciones de Marisol he encontrado otro artículo, esta vez publicado en la Revista de Occidente en diciembre de 1997, de Fernando Suárez Rastrojo, sobre las influencias literarias que marcaron al chileno. Para Suárez Rastrojo las mayores influencias literarias de Peñaranda vienen de autores franceses y concretamente menciona a Flaubert, Baudelaire, Victor Hugo y Balzac. También leyó mucho el chileno a Gide y Proust, y debió de conocer con posterioridad a Cocteau y Céline.
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