Si pinchas en las fotos las verás a mayor tamaño.
Entre Huelva y la desembocadura
del Guadalquivir se extiende un tramo de playa de unos cincuenta kilómetros que
sólo está interrumpido por el pueblo de Mazagón y la urbanización absurda de
Matalascañas, creada en los años sesenta en pleno Parque Nacional de Doñana y
que llega a albergar en Agosto a 50.000 bañistas que, en su ir y venir desde
Sevilla, en ocasiones atropellan con sus vehículos alguno de los linces
ibéricos que quedan aún en el Parque.
La mayor parte de esta extensa playa está formada por el Médano del Asperillo, que no es más que el borde acantilado de las dunas de Doñana que han quedado fosilizadas, adoptando unos colores y unas texturas muy curiosos. Al pie de este médano existe una vegetación silvestre que recibe el agua de las filtraciones que se producen por debajo de las dunas y que llegan hasta el próximo mar.
Entre las poblaciones de Mazagón
y Matalascañas hay algunas entradas a la playa, como las que constituyen el
Parador Nacional, el camping Doñana y otras que después de una zona de parking
presentan un camino que atraviesa las dunas permitiendo llegar a la playa, como
la que existe en la llamada Cuesta Maneli, que mediante un entablado permite
atravesar la duna sin pisarla y llegar a la playa. Pero entre estos accesos
existen distancias de varios kilómetros entre
los que no hay posibilidad de atravesar desde la carretera San Juan del
Puerto-Matalascañas el Parque Natural, (que se ha establecido en los
prolegómenos del Parque Nacional). De manera que entrando por uno de estos
accesos puedes recorrer playa sin encontrarte a nadie durante cinco
o a veces diez kilómetros. Todavía quedan restos de las atalayas que la corona
de España construyó en el siglo XVII para defender estas costas de las incursiones
de piratas berberiscos, como la torre del Loro, o del Oro, que de las dos
formas aparece en los mapas y que está a la altura del camping Doñana.
La sensación de soledad que se
produce andando por la playa, en estos tramos en los que la falta de más accesos
dificulta que la gente llegue allí, es magnífica. La playa se convierte en una
geología atemporal. Estas playas podrían ser iguales o muy parecidas hace
cientos o incluso miles de años. Arenas, dunas fósiles que no son más que
arenas en el proceso de formar rocas areniscas. El agua del océano, eterna en el
tiempo y casi en el espacio, pues estas aguas son sobre las que navegó Colón
para llegar a las Indias Occidentales, es decir al continente americano. En
esos tramos en que es más fácil ver un aguilucho lagunero, un correlimos
tridáctilo e incluso un colimbo ártico que un ser humano, parece como si el sol
estuviera ahí sólo para nosotros. Entonces, puedes sumergirte desnudo en las
aguas del mar sin miedo de poner tu desnudez a la vista de nadie. Luego al sol,
la brisa costera te servirá de toalla para secar tu piel del agua oceánica
mientras te entretienes contemplando la variedad de texturas que se producen en
el médano, como expresionismo abstracto de la naturaleza hecho materia prima geológica.
2 comentarios:
Pedazo de entrada, pero sobre todo, peazo de foto te has marcado, Manolo.
Gracias.
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