Tres personas con seis maletas y tres macutos necesitan dos taxis para ir al aeropuerto. Los trámites, el embarque, las esperas. Finalmente llegamos a una sala amplia donde la mitad de los pasajeros son americanos y la otra mitad españoles y al final embarcamos. La tripulación es americana pero siempre hay alguno que habla español. Siete horas y media son muchas, pero entre que comemos y merendamos, te traen un refresco, recogen las cosas, vas al servicio y demás se va pasando el tiempo. Me ha dado tiempo a leer la mitad del libro que me había propuesto. A la vuelta me leeré el resto. La verdad es que se ha pasado más rápido de lo que esperábamos.
Llegados a nuestro destino, nos dirigimos a casa de nuestros amigos que viven en una de esas urbanizaciones tan típicamente americanas. Después de sentar nuestros reales en su generoso hospedaje decidimos matar la tarde dando una vuelta por la urbanización dónde viven. Es una urbanización como la mayoría de las que hay en este país. Casas construidas en madera rodeadas de una amplia parcela de césped bien cortado y dos cocheras para dos coches (un turismo y un pick-up o un todoterreno). Como cualquier zona residencial de Norteamérica. A pesar de lo obvio de este urbanismo no deja de llamar nuestra atención así que yo que como siempre llevo mis cámaras de fotos voy retratando los edificios, unos árboles florecidos con una flor blanca muy bonita, esos inmensos pick.ups, las banderas de barras y estrellas…
Hacia el final de la calle aparece un coche que cruza la calzada hacia la izquierda y se para a nuestro lado. Es un coche de la policía. Imposible más autenticidad. Nos pide la documentación y nos pregunta qué hacemos. Nuestro amigo le contesta con aplomo y seguro de sus derechos que documentación no lleva porque vive en esa calle. Nos dice el agente que ha recibido denuncia de que desconocidos andan por el barrio haciéndole fotos a los coches y a las casas. Le explica nuestro amigo que nos está enseñando el barrio y como el policía sabe que no puede hacer nada, se despide cortésmente y se va. La verdad, nos deja atónitos.
Son las siete y media, la misma hora que cuando volábamos hacia el aeropuerto de Filadelfia antes de cambiar nuestros relojes, sólo que seis horas después. Cuando nos acostamos a las 11 de la noche son las 5 de la mañana en España, llevamos casi 24 horas despiertos.
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