Sin conculcar nuestra sacrosanta obligación de ser pesimistas por mor de denunciar la ignominia en que nos han convertido la existencia cuatro sinvergüenzas, hay veces en que uno se reconcilia con el mundo por cosas bastante triviales. A veces escuchando el violín de Anne Sophie Mutter, otras veces viendo caer las gotas de agua de las ramas de los árboles después de la lluvia. A mi me pasa a menudo leyendo El País, cosa que vengo haciendo desde el 4 de mayo de 1976, día en que salió la primera edición del periódico. A decir verdad no es que lo compre todos los días, compro los del fin de semana y nunca me da tiempo a leer todo lo que trae de interesante, pero entre semana suelo hojearlo y a veces gorronearlo por ahí.
Hoy por la noche lo he cogido. Después de informar detalladamente de los problemas que ahora mismo nos inquietan: la crisis del Magreb, la crisis bancaria y los problemas de las cajas, etc.; puede uno leer, en primer lugar las colaboraciones de los periodistas destacados en aquellos trances, después leer artículos como los de Nicolás Sartorius defendiendo la libertad del Magreb y del sociólogo Antonio Kindelán defendiendo el buen sentido de los electores que no son tontos inconscientes que se dejen llevar por el primer recelo como se piensa el partido de la oposición, un artículo de abogados decentes acusando al poder judicial de desvergüenza por el caso Garzón y por último las cosas verdaderamente importantes, es decir, un artículo de Carlos Boyero contándonos sus correrías en París con Fernando Trueba en los años setenta llevándole a George Brassens un bocadillo de chorizo y una botella de vino español.
¿Se puede pedir más de una cosa tan simple como un periódico?
Pues hay mucho más.
P.D. Juan Luis, mándame el talón a la dirección de siempre. Un saludo.
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