Los
paraísos personales no son tantos. Suele haber dos, tres, a menudo menos de
media docena de sitios a los que uno, de manera recurrente, acude de tanto en
tanto para sentirse a gusto con la naturaleza, en definitiva, para sentirse a
gusto con el mundo. Mucha gente ni siquiera eso. Simplemente gustan de ir a un
determinado hotel; a una playa abarrotada donde te bañas al sol y poco más; o a
un sitio donde, simplemente, se está fresquito en verano. Son sitios que se han
convertido en una referencia. Yo tengo algunos: El Parque Nacional de Doñana,
El Pirineo (a un lado y otro de la frontera), la sierra de Guadarrama,
Asturias, lo que queda sin quemar de Galicia y por último (last but not least),
la Sierra de Gata en Cáceres. A estos hemos unido recientemente algunos valles
navarros.
A
la sierra de Gata solemos ir, especialmente cuando hay algún puente, tanto en
primavera como en otoño. Son las épocas mejores para estar allí porque en
verano hace demasiado calor. También se podría ir en invierno pero no lo
hacemos. Los días son muy cortos y lo que queremos es hacer senderismo y estar
al aire libre y no encerrarte en una sala con chimenea desde las cinco de la
tarde, hora en que el sol va cayendo tras las montañas, y a partir de la cual
ya no se puede andar por ahí. Para eso se está mejor en casa.
Antes
íbamos al Valle del Jerte y a la Comarca de la Vera, pero la mejora de las
comunicaciones llevó a que la zona se llenara de madrileños los fines de semana
y en periodos vacacionales, lo que fue muy bueno para la economía local pero
malo para nosotros, de manera que decidimos ir a la Sierra de Gata donde
encontramos parajes muy hermosos y donde los pueblos conservaban mejor sus
caseríos de lo que lo han hecho en los valles de Plasencia, donde la renovación
urbanística ha creado algunos de los ejemplos más llamativos de mala
arquitectura: esa en la que se mezclan los materiales más feos de la modernidad
con el torpe diseño de constructores sin tradición ni técnica.
TEORÍA DE LAS CAUSAS: CAUSA
FINAL.
Decía
Aristóteles, (que era el hombre más sabio de la antigüedad), que para conseguir
un efecto hacía falta una causa y hablaba de cuatro tipos de causas. Para que
se quemen más de ocho mil hectáreas de monte en la sierra de Gata, por ejemplo,
¿qué causas se necesitan? Según el sabio griego una causa material, en este
caso lo que se quema, la vegetación, especialmente los pinos. Una causa formal,
el fuego, lo que da forma al incendio. Una causa eficiente o motora, (lo que
mueve al incendio), en este caso una cerilla, una llama imprudente, un rayo…
Pero lo más importante de todo ello es la causa final, el efecto que se busca.
Siguiendo
a Aristóteles, la legislación española consiguió un hito de eficacia en la
lucha contra los incendios atendiendo a la causa final de estos. Los incendios
provocados, (que son la mayoría), obedecen a un fin que consiste en mejorar el
rendimiento económico a corto plazo del monte. De un monte se obtienen muchos
rendimientos, algunos para la población, como es el turismo, otros para la
región, pues permite el desarrollo de zonas deprimidas, y otros para el
conjunto del planeta pues mejoran el medio ambiente, producen oxígeno y
eliminan gases de efecto invernadero, mantienen especies animales salvajes, etc.
Para el dueño del monte, los beneficios son menores y lo que es peor, lo son a
largo plazo, y a nuestra cultura actual no le gustan los beneficios diferidos,
preferimos los inmediatos.
De
manera que muchos propietarios de montes están deseando que se quemen para
dedicar esos terrenos a mejores usos como son el pastoreo de ganado, por
ejemplo, y, no digamos ya, la recalificación urbana de terrenos que antaño
fueron montes. Por ese motivo, la reforma de la Ley de Montes de 21 de
noviembre de 2003 (Ley 43/2003) en su artículo 50 preveía que los montes que
sufrieran un incendio no pudieran cambiar de uso durante treinta años, para
desincentivar que los incendios fueran provocados por la avaricia de sus dueños.
Esta
Ley promovida por el parlamento español durante el gobierno de José María Aznar
ha sido revocada por una reforma publicada el 21 de julio pasado, unos días
antes de que se produjera un incendio tan devastador como el que se ha dado en
la Sierra de Gata. ¿Cuál es la razón para revocar una medida como la de impedir
durante 30 años la recalificación de estos montes? Pregúntenle al partido en el
gobierno, que no ha querido irse sin antes modificar este artículo. Seguramente
se ha plegado a las presiones de los grandes propietarios rurales.
NOS GUSTA QUE LO QUE
SUCEDE TENGA UNA CAUSA: NECESIDAD DE UN CULPABLE.
Se
lo hemos oído decir a muchos psicólogos: cuando un hecho nos traumatiza
necesitamos encontrar un culpable. Echar la culpa de lo sucedido a una persona
o a un grupo, (en nuestro caso a una institución legislativa), permite que
centremos nuestra ira que, de esta manera, será más precisa, más concreta.
Volviendo
a Aristóteles, recordemos que decía que todo efecto tiene una causa. A veces
las causas parecen casualidades, lo cual quiere decir, en mi opinión, que están
dispersas, diluidas en muchas causas que no podemos localizar o discernir. Pero lo más
frecuente es que la causa final sea fácilmente detectable. Hay un principio que
suele cumplirse siguiendo la lógica aristotélica: si quieres saber quién ha
creado un problema, empieza por saber quién ha salido ganando con ello. Es un
principio metodológico de investigación que no suele fallar.
YA NO QUEDAN TANTOS
PARAÍSOS.
Algunos
pueblos de la Sierra de Gata hablan la “fala” que no es otra cosa que el
gallego que hablaban los colonos que repoblaron la zona hace algunos siglos.
Galicia, como Extremadura, son tierras muy hermosas pero sus habitantes lo
desconocen. En el pueblo de mi familia materna, cuando no estaban trabajando, se
iban al río a pescar truchas: había muchísimas. La última vez que estuve allí
no vi ninguna. Pregunté por qué era eso y me dijeron que era porque río arriba
lavaban los tractores en sus aguas. Es más barato eso que llevarlos a lavar a
una máquina.
No
sé si los aprovechamientos económicos que en el futuro tendrá la zona serán más
rentables que los derivados de la explotación forestal.
No
sé si los seres humanos tenemos derecho a modificar el paisaje hasta el extremo
de acabar con una naturaleza que deberíamos compartir y no sólo explotar.
No
sé si tendremos derecho a acabar con los animales que allí vivían.
Desaparecerán decenas de especies de pájaros, de aves rapaces, de rapaces
nocturnas, mamíferos, plantas, arbustos y árboles que formaban el bosque
quemado.
Espero
que la zona mejore económicamente si es eso de lo que se trata, pero es
probable que yo no lo vea porque no vuelva a ir allí a perder mi tiempo por sus
caminos. Es probable que ya no me interese, no lo sé. Ya no quedan tantos
paraísos.
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