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miércoles, 12 de agosto de 2015

Adiós, Sierra de Gata.























INTRODUCCIÓN PERSONAL A LA SIERRA DE GATA.
Los paraísos personales no son tantos. Suele haber dos, tres, a menudo menos de media docena de sitios a los que uno, de manera recurrente, acude de tanto en tanto para sentirse a gusto con la naturaleza, en definitiva, para sentirse a gusto con el mundo. Mucha gente ni siquiera eso. Simplemente gustan de ir a un determinado hotel; a una playa abarrotada donde te bañas al sol y poco más; o a un sitio donde, simplemente, se está fresquito en verano. Son sitios que se han convertido en una referencia. Yo tengo algunos: El Parque Nacional de Doñana, El Pirineo (a un lado y otro de la frontera), la sierra de Guadarrama, Asturias, lo que queda sin quemar de Galicia y por último (last but not least), la Sierra de Gata en Cáceres. A estos hemos unido recientemente algunos valles navarros.
A la sierra de Gata solemos ir, especialmente cuando hay algún puente, tanto en primavera como en otoño. Son las épocas mejores para estar allí porque en verano hace demasiado calor. También se podría ir en invierno pero no lo hacemos. Los días son muy cortos y lo que queremos es hacer senderismo y estar al aire libre y no encerrarte en una sala con chimenea desde las cinco de la tarde, hora en que el sol va cayendo tras las montañas, y a partir de la cual ya no se puede andar por ahí. Para eso se está mejor en casa.
Antes íbamos al Valle del Jerte y a la Comarca de la Vera, pero la mejora de las comunicaciones llevó a que la zona se llenara de madrileños los fines de semana y en periodos vacacionales, lo que fue muy bueno para la economía local pero malo para nosotros, de manera que decidimos ir a la Sierra de Gata donde encontramos parajes muy hermosos y donde los pueblos conservaban mejor sus caseríos de lo que lo han hecho en los valles de Plasencia, donde la renovación urbanística ha creado algunos de los ejemplos más llamativos de mala arquitectura: esa en la que se mezclan los materiales más feos de la modernidad con el torpe diseño de constructores sin tradición ni técnica.


TEORÍA DE LAS CAUSAS: CAUSA FINAL.
Decía Aristóteles, (que era el hombre más sabio de la antigüedad), que para conseguir un efecto hacía falta una causa y hablaba de cuatro tipos de causas. Para que se quemen más de ocho mil hectáreas de monte en la sierra de Gata, por ejemplo, ¿qué causas se necesitan? Según el sabio griego una causa material, en este caso lo que se quema, la vegetación, especialmente los pinos. Una causa formal, el fuego, lo que da forma al incendio. Una causa eficiente o motora, (lo que mueve al incendio), en este caso una cerilla, una llama imprudente, un rayo… Pero lo más importante de todo ello es la causa final, el efecto que se busca.
Siguiendo a Aristóteles, la legislación española consiguió un hito de eficacia en la lucha contra los incendios atendiendo a la causa final de estos. Los incendios provocados, (que son la mayoría), obedecen a un fin que consiste en mejorar el rendimiento económico a corto plazo del monte. De un monte se obtienen muchos rendimientos, algunos para la población, como es el turismo, otros para la región, pues permite el desarrollo de zonas deprimidas, y otros para el conjunto del planeta pues mejoran el medio ambiente, producen oxígeno y eliminan gases de efecto invernadero, mantienen especies animales salvajes, etc. Para el dueño del monte, los beneficios son menores y lo que es peor, lo son a largo plazo, y a nuestra cultura actual no le gustan los beneficios diferidos, preferimos los inmediatos.
De manera que muchos propietarios de montes están deseando que se quemen para dedicar esos terrenos a mejores usos como son el pastoreo de ganado, por ejemplo, y, no digamos ya, la recalificación urbana de terrenos que antaño fueron montes. Por ese motivo, la reforma de la Ley de Montes de 21 de noviembre de 2003 (Ley 43/2003) en su artículo 50 preveía que los montes que sufrieran un incendio no pudieran cambiar de uso durante treinta años, para desincentivar que los incendios fueran provocados por la avaricia de sus dueños.
Esta Ley promovida por el parlamento español durante el gobierno de José María Aznar ha sido revocada por una reforma publicada el 21 de julio pasado, unos días antes de que se produjera un incendio tan devastador como el que se ha dado en la Sierra de Gata. ¿Cuál es la razón para revocar una medida como la de impedir durante 30 años la recalificación de estos montes? Pregúntenle al partido en el gobierno, que no ha querido irse sin antes modificar este artículo. Seguramente se ha plegado a las presiones de los grandes propietarios rurales.


NOS GUSTA QUE LO QUE SUCEDE TENGA UNA CAUSA: NECESIDAD DE UN CULPABLE.
Se lo hemos oído decir a muchos psicólogos: cuando un hecho nos traumatiza necesitamos encontrar un culpable. Echar la culpa de lo sucedido a una persona o a un grupo, (en nuestro caso a una institución legislativa), permite que centremos nuestra ira que, de esta manera, será más precisa, más concreta.
Volviendo a Aristóteles, recordemos que decía que todo efecto tiene una causa. A veces las causas parecen casualidades, lo cual quiere decir, en mi opinión, que están dispersas, diluidas en muchas causas que no podemos localizar o discernir. Pero lo más frecuente es que la causa final sea fácilmente detectable. Hay un principio que suele cumplirse siguiendo la lógica aristotélica: si quieres saber quién ha creado un problema, empieza por saber quién ha salido ganando con ello. Es un principio metodológico de investigación que no suele fallar.


YA NO QUEDAN TANTOS PARAÍSOS.
Algunos pueblos de la Sierra de Gata hablan la “fala” que no es otra cosa que el gallego que hablaban los colonos que repoblaron la zona hace algunos siglos. Galicia, como Extremadura, son tierras muy hermosas pero sus habitantes lo desconocen. En el pueblo de mi familia materna, cuando no estaban trabajando, se iban al río a pescar truchas: había muchísimas. La última vez que estuve allí no vi ninguna. Pregunté por qué era eso y me dijeron que era porque río arriba lavaban los tractores en sus aguas. Es más barato eso que llevarlos a lavar a una máquina.
No sé si los aprovechamientos económicos que en el futuro tendrá la zona serán más rentables que los derivados de la explotación forestal.
No sé si los seres humanos tenemos derecho a modificar el paisaje hasta el extremo de acabar con una naturaleza que deberíamos compartir y no sólo explotar.
No sé si tendremos derecho a acabar con los animales que allí vivían. Desaparecerán decenas de especies de pájaros, de aves rapaces, de rapaces nocturnas, mamíferos, plantas, arbustos y árboles que formaban el bosque quemado.

Espero que la zona mejore económicamente si es eso de lo que se trata, pero es probable que yo no lo vea porque no vuelva a ir allí a perder mi tiempo por sus caminos. Es probable que ya no me interese, no lo sé. Ya no quedan tantos paraísos.


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