En primer lugar tengo que
decir que es para mí un honor que alguien, aunque sea anónimo, deje un
comentario en este blog. Es la mayor alegría que puedo recibir de éste porque
es la única forma de sentir que hay alguien ahí que lo lee, aunque no le guste lo
que decimos. Tal vez por eso no quise responder, al poco de leerlo, al
comentario que alguien dejó en la entrada del 14 de marzo en la que reseñaba el
último libro de Antonio Muñoz Molina. He manifestado aquí mi admiración por el
escritor muchas veces, pero no es por eso por lo que disentí profundamente del
anónimo comentario.
La razón de mi disconformidad
reside, en primer lugar, en mi aversión a los lugares comunes. Esos
“pensamientos” que no son pensados, que se toman de las conversaciones
triviales y con los que algunos amueblan su cabeza. Frases hechas que se
aceptan con poco sentido crítico, sin entrar a analizarlas, sólo porque en un
momento dado de una conversación banal alguien la dijo y nos cayó bien. Como
cuando Sancho Panza repite refranes en el Quijote, la mayoría de los cuales, no
vienen siquiera a cuento. En muchas ocasiones son comentarios frívolos, como
cuando se dice: “dónde esté el verano que se quiten las demás estaciones”. No
sé por qué uno no puede ser feliz en otoño, o en el frío invierno, viendo nevar
al calor de una lumbre, por ejemplo. O ese otro que dice: “a mí me gusta el
vino sin química”. Pero si el vino es un producto químico elaborado por la
fermentación del mosto de uva, ¿cómo va a existir un vino sin química? Lo que
existen son vinos buenos y vinos malos, como esos que se fabrican
artesanalmente sin los cuidados enológicos adecuados y que se conocen como
“vinos sin química”. A mí me gusta el vino con química.
En segundo lugar, olvidándonos
por un momento del vino y volviendo al tema que nos ocupa, me molestó del
comentario su contenido, su idea principal, esa de que uno no puede ser crítico
de un sistema del que se beneficia. ¿En qué se basa tal cosa?
Pero antes de seguir leamos el
comentario que nos dejó nuestro anónimo amigo:
Muñoz Molina celebraba la fiesta
como el que más, pues no en vano se lucró del bienestar generalizado que la
abundancia generó. Él su tajada no la perdonó, no, no la dejó en la cazuela a
beneficio común. Pero ahora viene a dárselas de listo con ese "Ya lo decía
yo" exculpatorio que es como un insulto a todos menos a sí mismo y a su
señora (grandes intelectuales ambos)..., con el que lo único que trata es de
seguir en el candelabro (uy, perdón, candelero) para sacar tajada otra vez.
"A río revuelto, ganancia de pescadores". Clink. Caja.
Tengo que reconocer que el texto
me gustó como estaba redactado. Esa metáfora de la tajada en la cazuela me
parece expresiva y el chiste de seguir en el candelabro, por seguir en el
candelero, no es de los que se escuchan continuamente. No así el juicio que se
trasluce del comentario. Ese “pensamiento” que se resume en que no se puede
criticar el sistema en el que se vive es muy antiguo. Yo lo conocí en el
franquismo. Sí, ya sé que eso es la prehistoria, pero es que uno ya es mayor.
Más concretamente fue una especulación que se extendió ampliamente en los años
finales de la dictadura. Los franquistas, acostumbrados como estaban a vivir
sin crítica, (porque Franco gustaba de fusilar a los críticos), no entendieron
a partir de los años sesenta, que pudiera haber detractores de la ortodoxia
fascista del régimen, ni aún en sus propias filas. En los años setenta, cuando yo las escuché, esas
críticas se hicieron generales en una situación que, como es sabido, condujo a
la transición política y a esta democracia política (que no económica) que
disfrutamos ahora. Pero algunos franquistas recalcitrantes siguieron
cuestionando la posibilidad de que la crítica al régimen fuera siquiera
posible. Al fin y al cabo es propio de todos los regímenes dictatoriales el
hecho de que no se admita ningún ataque a la verdad oficial. También en el estalinismo, en la China de
Mao y en la Cuba de Fidel cualquier reproche al sistema estaba mal visto. Eso es parte del fascismo y de las dictaduras.
No quiero decir con esto que
nuestro ácido comentarista lo sea. Basta con que uno se haya criado en una
familia de aquel régimen para que lleve muchos años escuchando acríticamente
esos comentarios y los asuma como una verdad caída del cielo.
Pero tanto o más que el
trasfondo político del asunto existe un trasfondo social que es aún más
importante. Hay hijos de buenas familias que están acostumbrados a que
cualquier situación que suponga un cierto privilegio social les corresponde por
la gracia de Dios. Entre estos privilegios se cuenta el de ir a la universidad,
el de escribir libros, dar conferencias, ser famoso y adoptar una postura contraria al gobierno. Por ejemplo, Sánchez Dragó puede ser crítico con lo que
quiera: incluso defender posturas que están tipificadas en el código penal, como
la pederastia. Sin embargo Muñoz Molina, un
hombre que es hijo de agricultores, con abuelos republicanos y militancia de
izquierdas, lo que tiene que hacer es estar calladito y dar gracias al cielo de
que tiene lo que tiene…
Y regalar los emolumentos que recibe dando clases en una universidad americana a Caritas, como le pide nuestro anónimo comentarista.
Y regalar los emolumentos que recibe dando clases en una universidad americana a Caritas, como le pide nuestro anónimo comentarista.
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