Iniciamos esta sección de “textos cómplices” con una joven autora. Se trata de Isabel Gamero Larios, (Madrid, 1995). A pesar de su juventud, a Isabel le gusta escribir y lo hace en distintos géneros: diálogos dramáticos, narraciones cortas, poesía y unos textos en los que deja traslucir sus pensamientos, sus inquietudes o sus deseos. Ella sabe que está aprendiendo pero tiene la suficiente personalidad como para aceptar sus escritos con determinación madura. Su vena artística adopta muchas formas y en todas sorprende. Todavía se recuerda su actuación (con quince años) en el montaje teatral de la obra “En la ardiente oscuridad” de Buero Vallejo, por un grupo local, (Cosas del directo), que gustó mucho en los ambientes del teatro aficionado.
Las historias que nos cuenta Isabel son divertidas, con acción, sorpresas, intrigas y, muy a menudo, con un humor original. Traemos aquí un relato muy breve “Pactos con el diablo”, una versión actual del Fausto de Goethe, un Fausto que sólo quiere ganar dinero a costa de lo que sea y que tiene un final sorprendente.
PACTOS CON EL DIABLO.
Llevo tanto tiempo encerrado aquí que apenas recuerdo qué es o al menos qué fue para mí la vida. De lo que nunca me olvidaré, para mi desgracia, es de cómo se muere. Lo que a muchos les hubiese parecido una suerte, fue mi perdición. Estoy volviendo a ver aquella sombra como la vi cuando empezó todo.
Tras un día de duro trabajo y sin nadie que me esperara en casa, entré en un bar que flotaba en las más oscuras tinieblas. Primero una copa, luego otra, y así llegó la noche. Las dos de la mañana. Ya era sábado. Estaba acostumbrado a esa vida de perro, pero esa noche fue la última para mí. O eso creía. A lo lejos, las luces de aquel tren no se veían, no estoy seguro si era por la niebla o por mi embriaguez. Todo fue tan rápido.
Poco después vino él. Sin sentir dolor morí, pero aquel hombre sin rostro me ofreció el poder morir trece veces y resucitar doce a cambio de mi alma. Tenía ante mis ojos la oportunidad de rehacerme y no me lo pensé dos veces. Luego por la mañana, desperté.
Volvía a estar en mi piso, tan descuidado como siempre. Creí que no había sido real, hasta que vi mi abrigo manchado de sangre y me di cuenta. Pronto dejé mi trabajo con el que apenas llegaba a fin de mes y abrí mi nuevo negocio. Moriría delante de la gente para luego resucitar al instante. La idea era descabellada, pero entonces yo sólo soñaba con la fama y el dinero. Sólo lo podía hacer trece veces, así que después volvería a una vida normal, aunque para entonces lleno de dinero.
Fue al mes siguiente cuando comenzó mi primera función. Casi no había gente, pero tras dejar que aquel hombre del público me disparara en la cabeza y me vieran resucitar, la gente empezó a venir de todas partes del mundo sólo para verme. Me hice ver morir de todas las maneras: prendiéndome fuego, clavándome un cuchillo, saltando desde lo alto… Todo lo que me pedía el público, lo hacía. Y me hice rico, sí. Pero en la decimosegunda actuación me di cuenta de mi tremendo error.
Esa noche me enterraron vivo para desenterrarme al día siguiente. Empecé a quedarme como dormido, la misma sensación de embriaguez y el mismo hombre sin rostro. Pero ahora lo veo todo.
- ¿Qué haces tú aquí? - le pregunté de mala gana.
- Vengo a por el alma que me pertenece – respondió él.
- ¡Esta noche no será! Te has confundido. Hoy es la última noche que actúo. ¡Déjame en paz!
- El equivocado eres tú. Te ofrecí trece muertes con sus doce vidas, pero has olvidado la primera. Hoy moriste por decimotercera vez, ya que en la primera te atropelló aquel tren. Así que ¡reclamo mi alma!
Y cuando acabe de morir por fin, no volveré a despertar, y mi alma será suya eternamente.
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