El lenguaje es algo hermoso pero, a veces, parece que hubiera palabras que estuvieran de más. Decía el profesor Javier Muguerza que en tiempos recientes se escribía tanto con el adjetivo “dialéctico” que se había propuesto que cada vez que apareciera la dichosa palabra se tachara del texto. Si el texto se entendía bien la palabra no hacía falta. Si no se entendía tampoco se iba a entender porque la pusiéramos. Hay palabras que por el abuso al que las hemos sometido han perdido su valor. Esto pasa mucho con los adjetivos. No sé por qué. Los adjetivos son como un ropaje que le ponemos al sustantivo para adornarlo, para dotarlo de una personalidad determinada, para protegerlo de la intemperie y muchas otras cosas más. Pero hay adjetivos, como por ejemplo dialéctico, que acaban perdiendo su figura, su aspecto, como si se volvieran trasparentes y diera lo mismo ponérselo al sustantivo que quitárselo. Es más, creo que hay palabras, (frecuentemente adjetivos), que aportan más confusión al discurso que esclarecimiento.
Desde estas páginas proponemos que la Real Academia de la Lengua tome cartas en el asunto y adopte las medidas oportunas que, necesariamente, tienen que pasar por la creación de una prisión de las palabras, donde habrán de ingresar aquellas que han perdido su utilidad por la presencia abusiva con que han aparecido en nuestra lengua y que deberán persistir en el régimen carcelario en tanto no recuperen su apariencia (lingüística) y vuelvan a tener significado alguno que pueda justificar su puesta en libertad y su reinserción en el idioma.
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