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jueves, 6 de noviembre de 2008


Hace 28 años que el país más poderoso de la Tierra está en manos de estúpidos incompetentes. Esto no es una casualidad, se trata de una maniobra perfectamente articulada por la gente que realmente detenta el poder en ese país (y en consecuencia en el resto del Mundo). Antes cuando un presidente decidía poner fin a la carrera de armamentos simplemente se le ejecutaba (Kennedy) y se ponía a otro. Esto se vio que traía algunas complicaciones y se decidió solucionar el problema de raíz: se pone un presidente de papel que sirva de tapadera ante la opinión pública y nosotros a lo nuestro, a llenarnos los bolsillos. El primero fue Ronald Reagan, un mal actor y peor político que se dedicó a extender el mensaje de la “Dama de Hierro” por todo el Mundo, como un profeta a su servicio, ya que los conservadores ingleses fueron capaces de ordenar todo ese egoísmo en una ideología. A continuación promulgaron el final de las ideologías (salvo la suya) y fueron a la conquista del Mundo. Dominaron los verdaderos centros de poder, como el Banco Mundial, el F.M.I., etc., mientras entretenían al personal con el “entertainment”. George Bush (padre), tenía un aspecto de persona normal, pero hacía bien su trabajo de dejar hacer al entramado de la industria bélica y demás, al fin y al cabo él ya era rico. Cuando les salió un presidente respondón, como Clinton que, por ejemplo, quiso parar los pies a Microsoft por su monopolio mundial, se valieron de una estratagema sencilla para eliminarlo sin dejar huellas de sangre.
Y así llegamos al último de los presidentes que el país imperial nos ha ofrecido: el hijo crápula del anterior presidente republicano. Uno lleva vistos muchos presidentes americanos, algunos tuvieron que salir por piernas como Nixon, que fue expulsado del cargo por mentiroso y estafador, pero jamás he visto a nadie tan desprestigiado como el payaso que ha dirigido los destinos del Mundo y lo ha llevado hasta dónde este hijo de petrolero rico lo ha hecho.

Como diría él: ¡ Qué Dios se apiade de su alma ¡.
Véase el lúcido comentario de Cebrián en El País.

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