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martes, 22 de octubre de 2013

Nostalgias en PowerPoint


Todos esos compañeros de trabajo que han estado mandándonos esas “presentaciones” en PowerPoint que nos recordaban como éramos hace cincuenta años tienen que estar contentos: finalmente han triunfado. La nostalgia es un vicio nefando que ataca a todo tipo de seres humanos pero que por razones ideológicas hace verdaderos estragos en el ya estragado cerebro de los conservadores. Precisamente porque conservadores son aquellos humanos a los que les gusta conservar todo lo que no sirve para nada.
Toda esa gente que nos ha estado machacando el Hotmail, el Gmail o el Outlook, son los que ahora nos gobiernan, los que dirigen nuestra vida pública y los que manipulan nuestra vida privada llevando el espíritu del PowerPoint a todo lo que queda de nuestra vida cultural hoy casi reducida a un entertainment que no entretiene ya a nadie, de hecho: que aburre hasta a las piedras.
Todo el mundo recordará esas imágenes algo veladas que nos mostraban angelicales niños de los años 40, 50 y 60, sentados en un pupitre del colegio en el que reposaba un plumier, un cuaderno y un ejemplar de la enciclopedia Álvarez y que tenía al fondo el retrato del Caudillo, (el Generalísimo Franco), tal vez un calendario de Nitrato de Chile o de Explosivos Riotinto, (con cuadro de Julio Romero de Torres incluido), y un piadoso crucifijo. En esas presentaciones del PowerPoint, tras una música que sonaba como la sintonía de “Doña Elena Francis”, nos hablaban de todo lo que habíamos perdido dejando atrás tiempos tan cristianos como aquellos, lo que lógicamente tenía la intención de promover su recuperación urgente.
Pues bien esa recuperación se ha producido: ¡y cómo! Alcanzando a todos los hilos de la maraña cultual que se dirige desde las administraciones públicas. En la otrora magnífica radio nacional y en su canal clásico, hemos podido comprobar la transformación que se ha ido produciendo desde que los conservadores alcanzaron el poder del Estado, transformación que se resume en el eslogan chovinista y autárquico que tanto adora la nostalgia del nacionalismo  franquista: compra productos españoles. En efecto en esa cadena de radio, no hace mucho ejemplo de programación variada y de interesante oferta musical se ha producido una callada revolución nacionalista que sólo tiene una consigna: música española. Como quiera que la música culta es algo que en este país ha estado siempre superada por los pasodobles toreros, que aquí el público es más de verbena que de ópera y que la única música que escuchamos durante gran parte del siglo XX era la música militar, los sufridos programadores de la cadena llegan a extremos como el de tener que incluir a cantantes que hacen música popular que poco o nada tiene que ver con folclore alguno, tradición musical o recuperación de señas de identidad nacionales, por la gran dificultad que les supone tener que llenar el día de música inevitablemente española.
Esta avalancha nacional ha alcanzado su culmen, (hasta el momento en que escribo esta desesperada elegía), con la emisión anoche de uno de mis programas favoritos: un país para comérselo. Aquel programa que presentaban Imanol Arias, Juan Echanove y otros actores que ensuciaron su garganta con el grito infame de “no a la guerra” han sido sustituidos por la candidez alegre de una Ana Duato que no para de sonreír a todos los ciudadanos y ciudadanas de la provincia de Salamanca, pero que seguirá haciéndolo, (que nadie se preocupe), por toda la geografía nacional. Un programa que fue el reflejo de la mejor modernidad de este país, esa modernidad creativa, innovadora, cosmopolita y genial de autores como Juan Mari Arzak, Ferran Adriá, la familia de El Celler de Can Roca y tantos y tantos bodegueros arriesgados, innovadores creadores de industrias alimentarias, de una modernidad asentada en tradiciones propias pero capaz de venderse como la mejor cocina del mundo, esa modernidad, digo, ha quedado convertida en una mezcla de patio de colegio donde niños alborotados de los pueblos de España vociferan sin motivo a la pobre Ana Duato que no por eso pierde la sonrisa, mientras los “Coros y Danzas” locales, (todavía se llaman así), nos enseñan los bailes propios de la Salamanca Campera, al tiempo que el guion nos informa de que el traje “Charro” es el más completo traje folclórico de Europa. Nada más y nada menos.




Eso es lo que nos queda de aquella España que asombró al mundo. Y no ha hecho más que empezar. Imagínate como nos van a dejar las escuelas actuales estos fanáticos de la nostalgia. Terminaran separando a los niños por sexos, si es que quedan escuelas públicas, que algunas privadas ya lo hacen. 

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