No debemos dejarnos llevar por prejuicios y hay que juzgar a
las personas como se merecen: por sus hechos y no por las concepciones previas
que tengamos de ellas. Hay ocasiones en las que personas que hemos encuadrado
como próximas a nuestra forma de pensar desmienten con sus actos esa supuesta
cercanía y otras, con las que nunca hubiéramos pensado coincidir, nos convencen
con sus obras y nos demuestran que tienen una categoría humana que nunca
habríamos previsto.
Mi padre fue fundamentalmente un maestro. Un maestro de la
República. Vivió los días crueles de la guerra, los de la represión, los campos
de concentración en Francia, la cárcel y la persecución, y finalmente fue
expulsado del “magisterio nacional” por haber defendido al gobierno legítimo
del golpe de estado militar. Cuento todo esto porque recuerdo que cuando yo era
niño mi padre mostraba un extraño rechazo a ciertas cosas que todo el mundo
disfrutaba entonces, o eso me parecía a mí. Por ejemplo, el día 18 de julio
cuando todo el mundo salía al campo a celebrarlo con una barbacoa y una sandía,
en mi familia nos quedábamos en casa y mi padre se pasaba todo el día enfadado
y de mal humor. Pero una de las cosas que más me llamaba la atención de pequeño
era ver lo que mi padre sentía hacia la guardia civil. Cuando en los años
sesenta viajábamos en su Seat 600 blanco, cada vez que veía una moto de la
Benemérita su rostro se transformaba entre enfadado y temeroso, aunque aquellos
guardias no hicieran más que dirigir el tráfico y ayudar en caso necesario. La
mala impresión que heredé de la guardia civil se confirmó el 23 de febrero de
1981 cuando aquellos hombres con tricornio entraron en la sede de la soberanía
nacional a tiro limpio.
Pues bien, dicho lo anterior quiero transcribir aquí una
carta que he enviado al organismo de atención al ciudadano de la Guardia Civil.
El objeto de este escrito es
manifestarle mi agradecimiento por la labor que realiza el cuerpo de la Guardia
Civil en general y los guardias de la Comandancia de Badajoz en particular.
Me permito robarle un minuto de su
tiempo, porque en unos momentos en los que con frecuencia se ponen en cuestión
los servicios públicos en aras de una supuesta mayor eficacia de las empresas
privadas, es ejemplar el comportamiento de tantos guardias anónimos que
realizan su tarea con discreción y eficacia ya sea como policía de tráfico como
en cualquier otra de las misiones encomendadas.
En los últimos tiempos he tenido dos
incidentes de tráfico en las proximidades de mi ciudad, Badajoz, el último hace
unos días, y en ambos he podido constatar la profesionalidad de los agentes de
la Guardia Civil. Frente a la eficacia de una asistencia en carretera
contratada con las compañías de seguros que se limitan, como mucho, a cumplir
con lo pactado, a veces sin resolver el problema surgido en la ruta, la labor
de los miembros de la Guardia Civil impresiona por su seriedad, rigor, buenas
maneras y sobre todo por su amplitud de miras, siempre velando por la seguridad
de las personas y el cumplimiento de la legalidad. Los funcionarios encontramos
en el cuerpo de la Guardia Civil un ejemplo de servicio y sacrificio por la
forma en que responden a las misiones encomendadas con anónima dedicación, sin
recibir el aplauso y el reconocimiento del que serían merecedores.
Solamente quiero agradecerles su trabajo
y trasladarles mi convicción de que el cuerpo de la Guardia Civil es un orgullo
para los ciudadanos españoles.
Badajoz, a 22 de julio de 2012
Atentamente,
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