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jueves, 10 de junio de 2010

Un descubrimiento infernal.

Mi amigo me pide a menudo que cuente historias en este blog. Yo no sé contar historias así que si alguna vez pongo algo es con mucho esfuerzo y poco éxito, pero como a los amigos hay que hacerles caso y el pobre pierde su tiempo visitando éste de tarde en tarde, voy a incluir un breve cuento. He tratado de que todo tenga visos de verosimilitud pero cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


La noticia apareció el pasado sábado. El Süddeutsche Zeitung la publicaba en páginas destacadas, junto con las terroríficas informaciones económicas del día. Al día siguiente, el domingo, el resto de la prensa alemana se hacía eco de ella y aparecía en todos los periódicos. Al principio me pareció una noticia más, uno de tantos sucesos curiosos que aparecen cada día en la prensa de todo el mundo, pero al llegar al segundo párrafo me tope de golpe con el nombre de Wilhelm Reuter. Este musicólogo es Universitätsprofessor für systematische Musikwissenschaft, (podríamos traducirlo como catedrático de Musicología Sistemática), en el Instituto de Musicología de la Universidad de Viena, (aquel que fue creado por el padre de la disciplina, el profesor Gido Adler, allá por el 1898). Este prestigioso erudito trabaja en un estudio sobre la evolución del estilo organístico de Bach a lo largo de su carrera, es decir, analiza las variaciones que aparecen en sus composiciones para organo de las que extrae los más mínimos detalles para elaborar algún tipo de teoría que explique esa evolución. El profesor Reuter tiene también una segunda dedicación, algo que él llama un hobby, que consiste en detectar algún tipo de relación textual oculta en la música del Kantor de Leipzig, dedicación que constituye una auténtica moda entre ciertos sectores del mundo académico alemán.
Se ha dicho que existe una relación entre las notas de determinadas melodías y un supuesto significado semántico al traducir la relación entre las notas a una equivalencia en letras que construirían ciertos mensajes, como por ejemplo frases que Bach dedicaba a la triste memoria de su esposa muerta. Se ha escrito mucho sobre estos criptogramas aunque, personalmente, soy un poco excéptico al respecto. Más bien creo que el maestro utilizaría antecedentes melódicos que poseían en la época un significado muy claro para expresar su dolor, como se menciona en el comentario sobre la Partita para violín solo nº 2, BWV 1004, que aparece en la Wikipedia en castellano. No obstante, sí parece cierto que el maestro gustaba de mezclar mensajes con códigos utilizados en distintos lenguajes, por ejemplo, el leguaje escrito y los signos gráficos, la música y otros. Véase en este sentido el interesante artículo que dedica el blog “punctus contra punctus“, (autocalificado como un blog del Instituto Superior de Estudios de las cosas que a nadie le importan), sobre este tema.
Pero hemos dado un rodeo demasiado grande y debemos volver al asunto del Dr. Reuter que era lo que aquí nos interesaba. El caso es que el eximio investigador, en su estudio sobre la variación del estilo organístico de Bach, estaba colaborando con un prestigioso ingeniero informático, Günther Müller, (Programmierung Ingenieur), de la misma universidad de Viena, si bien del departamento de informática de la Politécnica. El Dr. Müller, un más que correcto intérprete de violín y entusiasta melómano en sus ratos libres, asistía al musicólogo en el uso de la programación informática, lo que le permitía llevar sus análisis musicales hasta los más mínimos detalles, pero también había conseguido interesar al informático en los mensajes crípticos que pudieran aparecer en las partituras de Bach y se entretenía con esto al salir del trabajo.
Recientemente la Universidad había proporcionado a la cátedra un nuevo ordenador que acababan de instalar en el despacho que ambos utilizaban en su investigación. El Dr. Reuter se sentó y encendió el aparato. Cargó el fichero que contenía la música que estaba analizando en ese momento, las Variaciones Canónicas BWV (769). Era un fichero de audio sin comprimir. Abrió su correo y encontró un mensaje de su hija con un texto adjunto. Abrió el texto y empezó a leerlo, era una de esas historias que se transmiten por la red y que acaban con un mensaje inquietante: “envía este correo a cuatro de tus amistades, si no lo haces podrás sufrir daños irreparables. Fulanito no lo hizo y cuando salió de su oficina fue atropellado por un camión, Menganito se negó a reenviarlo y le cayó un tiesto en la cabeza al salir a la calle.“ Entró en el Explorador del sistema y vio los dos ficheros en la partición que había creado para alojar los ficheros de datos, bien separados de los ficheros de sistema y de los del software, y decidió borrar el fichero de texto que le acababa de enviar su hija. Sonó el teléfono. Era de la facultad. Querían que asistiera a unas pruebas selectivas para el ingreso de alumnos que se realizaban esa tarde. Le fastidió porque había quedado con Müller para iniciar el análisis de las Variaciones Canónicas. Se sentó en su mesa y se dispuso a dejarle unas notas que sirvieran de guía a su compañero de investigación. En realidad, el protocolo que seguían consistía en que el musicólogo hacía un análisis schenkeriano de la pieza, es decir un análisis armónico por capas, (como una cebolla), hasta llegar a la parte más sintética, un leve esbozo del funcionamiento de las tonalidades. A partir de ahí, el Dr. Müller ya sabía lo que tenía que hacer y se pondría manos a la obra aunque él estuviera ausente.
Efectivamente, a las trece horas llegó el informático y encendió el ordenador. Buscó en la partición de datos donde la nota de Reuter decía que encontraría el fichero de música y lo abrió sin mirar su nombre: era el único fichero que había. Sin embargo el análisis no funcionaba. Las indicaciones musicales que le había dejado su colega no se “veían“ en el fichero. Téngase en cuenta que el experto informático trabajaba con el código fuente del fichero sin usar, de momento, ningún programa que interpretara la maraña de ceros y unos en que consistía aquello. De modo que al poco se vio en un callejón sin salida. Tendría que esperar al día siguiente para contar con la presencia del musicólogo y entre los dos desentrañar la pieza. Como ya se había hecho tarde para cambiar de tarea decidió entretenerse con la secreta afición que compartía con su socio: buscar significados encriptados entre las notas de la música de Bach. El método necesitaba de una gran paciencia. Cómo no tenía el código que servía para descifrar el mensaje tenía que ir tanteando y reconstruyéndolo poco a poco. Por ejemplo, en alemán, una palabra significativa es el equivalente a la conjunción copulativa “y“, la additiv Konjunktion “UND“. Aparece continuamente y siempre entre dos frases, nunca al final. Esto hace que su presencia sea fácil de detectar. De esta manera, el intérprete de estos signos observa fácilmente la aparición de tres consecutivos que se repiten a menudo y determina la hipótesis de que esos signos son la U, la N y la D. Otros significados fáciles de encontrar son los de la palabra ODER, (la conjunción disyuntiva O), o la presencia de la frecuente terminación EN, que se usa tanto para hacer el plural, el infinitivo de los verbos o para precisar el caso gramatical de los nombres. De esta manera se van encontrando grupos de dos, tres, cuatro signos y a partir de ellos se reconoce el que representa a cada letra del alfabeto, si es que el sistema criptográfico es de tipo alfabético, como el que asigna a cada nota de determinada octava una letra, porque podría ser de otro tipo. Al cabo de una hora el profesor Müller estaba eufórico. Había dado con un sistema claramente alfabético y lo estaba descifrando a una velocidad increíble. Tenía identificadas la mitad de las letras y el texto iba tomando forma. La verdad es que una vez identificados la mitad de los signos el texto empezaba a ser legible a falta de alguna palabra importante. Lo que iba leyendo el Dr. Müller le estaba dejando helado. El texto que se escondía en la música de Bach era una extrañísima interpelación al diablo, algo sobre una alabanza al ángel caído, una exaltación de lo diabólico que el profesor no podía comprender. Resultaba que el muy piadoso (y pietista) Kantor de Leipzig era un mentiroso que encubría a un simple adorador de Satanás. El corazón de Müller se le salía por la boca, estaba excitadísimo. Recientemente había engordado y los médicos le recomendaron que se cuidara un poco, que dejara el tabaco, que hiciera un poco de ejercicio y que moderara su dieta. Pero el muy dionisíaco profesor había hecho poco caso de estos sensatos consejos y tenía propensión a sufrir subidas de tensión provocadas, en última instancia, por emociones súbitas como la que ahora le embargaba.
Por fin, a última hora llegó el profesor Reuter. Müller le dijo que había conseguido encontrar un texto del maestro encriptado en la música que tenían que analizar.

“Pero Doctor,“ le dijo Reuter, “se está comportando usted como un mal colegial. ¿No habíamos quedado en iniciar nuestro análisis de la Variaciones Canónicas esta misma tarde? ¿Se atreve a presentarse ante mí sin haber iniciado el trabajo, después de pasar la tarde haciendo crucigramas con la obra del maestro?“.

“Calle, querido profesor, los descubrimientos que he hecho en esta pieza cambiarán nuestro conocimiento sobre Johann Sebastian Bach, nada volverá a ser igual a partir de hoy. Apréstese a escuchar lo que tengo descifrado del último párrafo y le contaré lo que el texto nos comunica“.
Se puso a leer el párrafo final y empezó así:

“envía este correo a cuatro de tus amistades, si no lo haces podrás sufrir daños irreparables. Fulanito no lo hizo y cuando salió de su oficina fue atropellado por un camión...“

El doctor Reuter le hizo detenerse diciendo:
“ ¡Cielo Santo! Borré el fichero equivocado“



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