- ¿No te das cuenta?, hoy es 25 de abril.
- ¡Ah, bueno! ¿Y qué pasa? Es una fecha magnífica, la Revolución
de los Claveles y todo eso.
- No hombre, no es eso.
- ¿Entonces qué?
- Pues que este año es 2014
- ¿Y?
- Que el 25 de abril portugués fue en 1974
- No sé qué lío te traes con las fechas, de verdad.
- Pues que hace justo cuarenta años.
- ¡Coño!
- Ya te has dado cuenta, ¿no?
- ¡Cuarenta años…!
- Ni uno más ni uno menos.
No es posible. No sé qué ha ocurrido
que de repente han pasado cuarenta años y yo estoy aquí, desconcertado. Me ha
cogido de sorpresa. Cuando yo era joven mis padres oían el tango de “Volver”,
el que hizo famoso Estrellita Morente en la película de Almodóvar, pero que en
aquella época se lo escuchaban cantar a Carlos Gardel: “que veinte años no es
nada, que febril la mirada…“ A mí me hacía mucha gracia: “¿cómo que veinte años
no es nada, si yo aún no los tengo? Me parecía una burrada de años.
- Ahora eres tú el que te has
quedado de piedra.
- Es que no había echado nunca
la cuenta y, de repente…
- Así pasan las cosas, de
repente.
- A veces la vida es muy
traicionera…
Aquello tenía que suceder.
Tenía que empezar por alguna parte y empezó por Portugal. Ese país al oeste, pequeño,
un poco triste, de repente aparecía en todas las portadas de los periódicos que
mostraban a esos soldados que estaban hartos de sostener unas colonias que
estaban haciendo ricos a unos pocos y arruinando a todo el país. El propio
ejército se había propuesto acabar con la dictadura y lo hizo. Es muy probable
que el golpe contra la dictadura tuviera los parabienes de Washington, es
verdad que Antonio de Spínola, que fue quien se alzó con la presidencia de la
república había sido un militar conservador que estuvo con la división azul
española en la batalla de Stalingrado defendiendo el avance nazi, es verdad que
al final todo acabó en lo de siempre, unos portugués que ganan mucho dinero y
muchos otros que viven demasiado austeramente, pero es innegable que aquello
fue una fiesta, una auténtica fiesta.
Recuerdo que en aquella época
un amigo mío se fue con unos compañeros de trabajo a Lisboa. Se cogieron un
coche y se plantaron allí para ver qué pasaba. Mi amigo no tenía aún los
dieciocho años, pero se fue. Yo, estaba en la universidad y me quedé. No tenía
la autonomía de los que ya estaban trabajando. Al año siguiente, me fui
voluntario a hacer el servicio militar. No es que me encantara precisamente
servir a la patria en el ejército. No era objetor de conciencia porque,
entonces, te metían en la cárcel hasta que te pudrías allí un montón de años,
pero si te ibas voluntario elegías la ciudad dónde harías la mili y, puesto que
era obligatoria, era mejor irse voluntario. El caso es que en España aún no
había caído la dictadura y aquellos militares eran unos fachas de cuidado. Yo
elegí hacer la mili en El Ministerio del Ejército, no sé por qué: en algún
sitio había que hacerla. El caso es que estando allí, hacíamos la instrucción
por las tardes. El Ministerio del Ejército estaba en la Plaza de Cibeles, donde
ahora se encuentra el Cuartel General del Ejército, entre el Paseo de Recoletos
y las calles de Alcalá, Prim y Barquillo, en todo el centro de la capital del
reino. Lo único en que nos instruían era en desfilar, que eso les gusta mucho a
los militares, apenas nos daban formación militar, no fuera que se les volviera
en contra y decidiéramos liarnos a tiros con ellos, que si no lo hacíamos era
porque nuestro pacifismo estaba por encima del odio a la dictadura. Bien, el
caso es que nos pasábamos horas desfilando hasta que te salían los callos de los
pies a través de la suela de las botas.
- Mi sargento, necesito unas
botas que estas ya se me han roto”.
- Ve a la intendencia y que te
den un par.
Como aquello era tan aburrido
le dijimos una tarde al sargento:
- Mi sargento, podemos cantar
una marcha mientras desfilamos.
- ¿Una marcha, qué marcha?
- No sé, alguna que nos ayude
a llevar el ritmo.
- Bueno, a ver si así hacemos
algo con vosotros, panda de inútiles, que estáis criados con Pelargón (sic).
Entonces, aquel grupo de
bravos soldados españoles que, en realidad, era una panda de lo más “underground”,
constituida por algunos comunistas, bastantes ácratas, con esos uniformes de
policía militar que llevábamos que, a muchos les hacía parecer miembros de las
S.S., (a mí no porque entonces era aún casi un niño), pero entre los que había un
buen grupo de homosexuales que se contorneaban como coristas de cabaré cuando volvían de hacer guardias, aquel
grupo, digo, nos poníamos a cantar y cantábamos la canción de moda en aquel
entonces, que no era otra que “Grándola, vila morena”, la canción del 25 de
abril. Y allí estábamos, en la plaza de la Cibeles, en pleno franquismo aún,
cien soldados desfilando cantando la canción de Xosé Afonso, la que hizo famosa
la revolución: “Grándola, vila morena, terra do fraternidade…”
Es una canción coral, hay que cantarla colectivamente.
Es una canción coral, hay que cantarla colectivamente.
No ha perdido actualidad.
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