La desaparición de
las abejas.
Se ha puesto en peligro la
supervivencia de las abejas. Ya lo dijo Einstein: "Si la abeja
desapareciera de la superficie del globo, al hombre sólo le quedarían cuatro
años de vida: sin abejas, no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni
hombres". Esta noticia no ha preocupado mucho a la gente que tiene cosas
más importantes de que ocuparse.
Ya lo dijimos aquí hace seis años,
por entonces se le echaba la culpa a los abejarucos, uno de los pájaros más
hermosos que visitan este país. Luego se dijo que el problema no estaba
producido por estas aves sino por las ondas magnéticas de la telefonía que
tienen invadida la atmósfera en todo el mundo y que desconcertaba sus
mecanismos naturales para encontrar el panal. Desde entonces no se ha vuelto a
hablar del tema hasta ahora, que la amenaza viene de los pesticidas. Los
últimos están hechos al parecer de un derivado de la nicotina: el neonicotinol.
La cosa está tan clara que la Unión Europea los acaba de prohibir. Podría ser
que como cada vez se consume menos tabaco, se hubiera decidido emplear la
planta para producir venenos para los insectos que atacan las plagas.
La nicotina no sólo está acabando
con muchos individuos de la especie humana, sino que ahora ha empezado a atacar
también a las abejas.
Tragedias humanas.
En Boston dos sujetos con sus
facultades mentales disminuidas por el fanatismo religioso han colocado dos ollas
exprés de la marca Fagor en la maratón de Boston y a consecuencia de las
explosiones han muerto tres personas. Es un titular triste de esos que se leen
todos los días en los periódicos. Pues bien, a consecuencia de este hecho
luctuoso llevan semanas hablando del tema y en EE.UU., ante la histeria que ha
desatado la noticia, se quiere cuestionar las leyes que tiene preparadas el
Congreso y Obama para una cierta legalización de los inmigrantes. Será que en
ese país no hay bastantes muertes violentas todos los días para que se
escandalicen de esa manera. De hecho, el diario digital “el diario.es”, da la
cifra de 2009 de 31.347 personas asesinadas violentamente, en un país donde se estima que existen 270
millones de armas, casi un arma por habitante (316 millones, incluidos inmigrantes,
niños y ancianos). De modo que esos tres asesinatos no son más que un punto en el
océano de criminalidad que sufre el país que ha hecho de las armas un asunto
cultural y que por otro lado desprecia la salud física y por supuesto mental de
su población.
Al mismo tiempo que se produce
esta avalancha mediática, nos enteramos de que se produce el hundimiento de un
edificio de ocho plantas en Bangladesh ocasionando la muerte de muchas personas
que estaban allí fabricando la ropa de marca que se vende en el primer mundo. Nos
dan la cifra de más cien personas muertas, que luego pasa a doscientas, luego a
casi trescientas y así hasta llegar a la cifra actual de 510 muertos y más de
150 desaparecidos, o lo que es lo mismo casi setecientas personas fallecidas.
Pero aquí no hay avalancha mediática. Nadie se preocupa por el abuso que supone
llevarse nuestras fábricas a países donde la gente gana 32 € de salario mínimo,
lo que algunas marcas como H&M nos presentan como un logro social.
El hundimiento del edificio es
una prueba más de que estas personas, además de ganar unos sueldos mínimos, (razón
por la que las empresas se llevan allí nuestras fábricas, mandado al paro a los
trabajadores europeos), sufren otras muchas injusticias, como la de trabajar en
condiciones infrahumanas, en edificios construidos de forma ilegal, de modo que
los explotadores de estas personas sacan dinero de todo el proceso productivo con
la aquiescencia de marcas tan prestigiosas como H&M, Marks & Spencer,
Zara o Carrefour.
Este tema parece que no es fuente
de polémica como el de los tres muertos de Boston.
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