Era un país contrario a las
guerras injustas, como aquella de Iraq que se inventaron los americanos, con un
presidente que en unas semanas se trajo a nuestras tropas a casa porque allí no
se dirimía nada que mereciera poner en riesgo a nuestros soldados o a la
población civil iraquí. Era un país que defendía los derechos humanos y las
leyes protegían la acción de la justicia. ¿Te acuerdas? El juez Garzón era
llamado un “juez estrella” en tono despectivo, pero consiguió perseguir a Pinochet
hasta sus últimos días. Ahora eso no lo podría hacer ni Garzón ni nadie porque
hoy han cambiado las leyes para que eso no sea ya posible y sobre todo no puede
Garzón porque es el único condenado, después de cinco años, del caso Gürtel. Los
socialistas tuvieron casos de corrupción y lo pagaron con la cárcel, como en el
caso de los Gal, pero ahora los políticos hacen lo que quieren y pisotean
nuestros derechos en simulación y en diferido. Y si hace falta se les indulta y punto.
Aquél, era un país donde las
mujeres elegían libremente sobre su cuerpo como en casi todo el resto de Europa.
Ahora están preparando las leyes para cambiar el derecho al aborto.
Era un país donde la Constitución
servía para garantizar los derechos de los ciudadanos. Ahora pretenden limitar
el derecho de manifestación, de expresión, de asilo; ahora quieren que la
Constitución sólo sirva para echársela en cara a los otros nacionalistas, a los
nacionalistas periféricos.
Era un país que se había
convertido en una potencia mundial en tecnología de energías limpias, que había
desarrollado enormemente la producción de energía eólica y había sentado las
bases para un desarrollo importante de la energía solar. Ahora estamos en manos
de las empresas eléctricas, han cambiado las reglas del juego de la energía
solar y pagamos la luz más cara de Europa y del mundo, sólo por debajo de
no-se-qué países pequeños.
Era un país que defendía
políticas para luchar contra el cambio climático, (es cierto que de forma muy
timorata y limitada, pero lo hacía). ¿Te acuerdas? Ahora es un país miserable
dónde problemas como ese no cabe ni debatirlos: simplemente no existen.
Era un país aconfesional, donde
cada uno podía vivir libremente y pensar como quisiera. Habían venido gentes de
otros países con otras religiones y la norma era la tolerancia. Ahora es un
país moralmente gobernado por la Iglesia Católica de Roma, como en la época del
dictador Franco. Ahora nos domina una iglesia que se desprestigia sola al no
acatar las normas del derecho cuando sus miembros cometen crímenes como el del
maltrato a los niños y la pederastia y los ministros de nuestro gobierno
invocan a Santa Teresa o a la Blanca Paloma para pedir la solución de los
problemas económicos que están creando ellos.
Me gustaba mi país porque era
tolerante con las opciones de género de cada cual. Me gustaba que la gente se
pudiera sentir a gusto con su sexualidad. Ahora los obispos que gobiernan
nuestras costumbres dicen que los homosexuales son enfermos y que tienen cura. Los
que no tienen cura son los obispos.
En aquella España, no era
obligatorio dar religión en los colegios y la enseñanza era para sacar adelante
a las personas, no a las empresas. La misión del Estado era garantizar la
felicidad de las personas, no la buena marcha del IBEX-35, ni la producción, ni
la productividad.
Este país salió adelante y me
gustaba porque casi cinco millones de personas que vivían en países más pobres
vinieron aquí a trabajar, a hacer los trabajos que ningún español quería hacer,
porque al tiempo que se crearon esos cinco millones de empleos seguía habiendo
un paro del 15%: el de los que no querían hacer los trabajos que vinieron a
hacer los otros y no sabían hacer otra cosa. Ahora sólo veo inmigrantes que
huyendo de la miseria se ahogan en las costas españolas y que son maltratados
como alimañas. En un mundo donde el dinero se mueve libremente y nadie pone
coto a los “paraísos fiscales” las personas no se pueden mover de un país a
otro, porque lo dice el egoísmo de los países ricos.
España era un país donde, mejor o
peor, el gobierno dirigía la política económica. Ahora sufrimos la humillación,
(aunque nos la quieren ocultar), de ser un país intervenido como lo fueron
tantos países de Hispanoamérica, mientras nos callábamos porque pensábamos que eso
no iba con nosotros.
Me gustaba este país porque tenía
una sanidad pública que era de las mejores del mundo, porque había educación
pública para todos, porque se estaba poniendo en marcha un sistema de ayuda a
la dependencia. Aquel hermoso país que no admite comparación con el que tenemos
ahora. Ahora hay que pagarse hasta la justicia y quieren que el registro civil
pase a ser privado y cueste un buen dinero hacer cualquier trámite.
Aquél, era un país que acabó con
el terrorismo vasco sin salirse del estado de derecho, sólo con una gran
eficacia policial y política. Ahora utilizan el tema como arma arrojadiza para
ganar las elecciones, que parece que hubiera sido Mayor Oreja el que acabó con
ETA, cuando el que lo hizo fue Rubalcaba y se lo agradecieron sacándole la
tontería aquella del caso Faisán.
Porque este es un país miserable,
ignorante, mal educado, donde lo único que nos queda es “la roja”, si es que
puede seguir siendo lo que fue en la época en que gobernaba Zapatero.
Hasta el tiempo atmosférico ha
ido a peor, como decía ayer el Gran Wayoming.
No escribo esto para defender al
partido de Zapatero, que alguna culpa tuvo en lo que ahora está pasando,
simplemente digo que me gustaba aquel país y que no me gusta éste. Nada más.
¿No hay posibilidad de que nos
pongamos de acuerdo en unos mínimos compartidos por todos que definan las
libertades y los anhelos del conjunto, aunque pensemos de forma diferente? Si
no es así, esto no será un país, serán dos, y cada vez que cambie el gobierno
volveremos a definirlo.
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