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martes, 3 de enero de 2012

Y se quedarán los pájaros cantando.


Ella contaba que en las tórridas noches de verano, en los pueblos de Badajoz donde su familia  se establecía, (siempre provisionalmente porque su padre hacía obras púbicas para la Diputación y ellos se veían obligados a vivir allí durante meses para, al terminar las obras, cambiarse a otro pueblo lejano), solían después de cenar reunirse todos los miembros de la familia alrededor de una mesa y alguien leía poesías o teatro. Uno imagina que de García Lorca y Juan Ramón Jiménez, pero también puede ser que de Rubén Darío o de Espronceda. Tal vez escuchara entonces los versos de Juan Ramón que dicen:

Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando;
y se quedará mi huerto con su verde árbol,
y con su pozo blanco.

Uno, que es aún más ignorante de versos que de otras cosas, los ha conocido recientemente porque los ha cantado magistralmente Carmen Linares (Raíces y alas, 2008). Es probable que mi tía escuchara entonces esos versos porque si no, no sé de dónde habrá sacado tan imperturbable estoicismo.
Poco antes de que muriera su admirado Enrique Morente nos juntó a todos, (¿o fue mi primo?) para acudir al Auditorio Nacional a escuchar a Estrella Morente cantar los versos de El amor brujo de don Manuel de Falla.
Hablo de ella porque gente como mi tía, como Carmen Linares y Enrique Morente, son y han sido la aristocracia de España, un país donde la mayor duquesa del reino baila torpes sevillanas, haciendo exaltación de la vulgaridad, (vulgaridad exaltada por todos los medios y que no precisa que también lo hagan las duquesas).
Ella se ha ido y parece como si la soledad que nos deja impidiera a los pájaros cantar, (¿o será por el frío?). Sé que una de estas mañanas se levantará el sol sobre la niebla y cantarán los gorriones y brotará el verde árbol de Juan Ramón.
Lo sé por ella.

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